Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



sábado, 28 de enero de 2012

Génesis

            Éramos muchísimos, y avanzábamos en oleadas, con un único objetivo. Hacía pocos minutos que habíamos logrado romper la barrera y ahora estábamos con rumbo a nuestra meta.

            La enorme esfera apareció, impresionante, frente a nosotros. Parecía inexpugnable, pero todos sabíamos que no lo era. Muchos, a mi lado, pasaron de largo. Otros, chocaron contra la mole y quedaron muy endebles. Fueron arrastrados hacia las profundidades.

            Tuve el grandioso presentimiento de que aquella era mi hora, y busqué poner todas mis energías en el ataque. Mi intuición me llevó por el camino correcto y, de pronto, quedé posicionado de manera inmejorable. El único sitio vulnerable quedó frente a mis ojos. Me impulsé directamente hacia allí y, literalmente, me incrusté en aquel cuerpo elástico. Empujé con todas mis fuerzas y sacudí enérgicamente mi larga cola, hasta que logré abrirme paso.

            Y así yo, uno entre millones, di cumplimiento a la misión: el óvulo quedó fecundado.

jueves, 26 de enero de 2012

Los tres pinos

Los miré de reojo,
como al pasar.
Han estado allí por años
y hoy nacen a mis ojos.
Algo me llamó,
con insistencia,
desde su cerno.
Seguramente fue
su eterna porfía
de elevarse,
puntiagudamente,
y buscar con ansias
aquello, más allá.
Mi pequeñez
flagrante
golpeó mi cara.
Ellos fueron
pequeños un día,
pero
dejaron de serlo,
soñando alturas.
Hasta el hacha
respetó su tenacidad.
Y hoy, estilizados,
verdes, bellos,
acercan el vigor
de su savia
a la sangre infinita
del universo.
Y me dejan pensando…

domingo, 22 de enero de 2012

Impotencia

            El ruido de las sirenas era ensordecedor, y las ambulancias pasaban velozmente hacia el lugar adónde había caído el avión. Las llamas se iban extendiendo y se escuchaban pequeñas explosiones por doquier. Todo era un caos, lleno de humo y gritos, personas corriendo en todas direcciones, órdenes y contraórdenes. Los bomberos descendían de los camiones y desplegaban sus mangueras, atacando el fuego, para evitar que se extendiera hacia las partes del fuselaje que aún se veían sanas.

            Sintió que la adrenalina le corría por las venas y sus músculos se tensaron, preparados para lo que venía. Trató de que sus ojos abarcaran toda la escena, para prevenir cualquier cosa que pudiera sorprenderlo. Pero, como muchas veces pasa, algo había quedado fuera de control. Se produjo una violentísima explosión, que agregó más caos, destrucción y muerte. Pero lo insólito fue que no aconteció en el avión siniestrado, donde estaba centrada toda la atención, sino en otro avión, más grande que el primero, que se hallaba a unos cien metros de distancia, a punto de despegar.

            Tras los primeros momentos de confusión, la certeza de una acción terrorista a gran escala fue ganando todos los razonamientos.

            Su corazón latía con una fuerza incontenible, tenía las manos húmedas y los ojos desorbitados. De pronto, observó como, desde un tercer avión, alguien huía rápidamente. La desesperación se apoderó de él. ¡Quería alertar a los demás! Veía venir otro tremendo golpe de locura y muerte, pero todos estaban pendientes de las dos primeras explosiones.

            Agitó los brazos y gritó con todas sus fuerzas, mientras la imagen del tercer avión se iba agrandando ante sus ojos, como si fuera a explotar en su propia cara.

            Nadie se percataba de lo que estaba pasando, y en medio de aquella escena dantesca, sus gritos no eran escuchados.

            Entonces la vio. Era una pequeña niña, de unos cuatro años, que corría por la pista, abrazada a su muñeca. Había escapado ilesa del segundo avión, y ahora se dirigía... ¡Directamente hacia el tercero!

            Fue demasiado para él. Los nervios y la impotencia lo vencieron y cayó, inconsciente.

                                               ***************

            Se despertó, aturdido, y escuchó, primero, la sirena de la ambulancia. Después vio el rostro de una mujer, vestida de blanco, que se inclinaba sobre él.

            — ¡La niña! ¡La niña! ¡Toda esa gente! ¡Por favor, hagan algo!

            Ella puso una mano, suavemente, sobre su pecho, tratando de evitar que se incorporara.

            — Tranquilo, señor. Recuéstese y trate de no hablar, lo llevamos hacia el hospital, por precaución. Pero debería tener en cuenta, si es tan susceptible, de no concurrir al cine, cuando dan esa clase de películas.

viernes, 20 de enero de 2012

El Emperador


            Hubiera querido dar un fuerte puñetazo sobre la mesa, pero allí no había ninguna mesa.

            Las noticias le llegaban de todas partes y, prácticamente, al unísono. Por un momento, todas las voces se unieron en un único zumbido, que parecía crecer en el centro de su cabeza.

            Pero él era el Emperador. No podía dejarse aturdir. Se apretó las sienes, con ambas manos, y cerró los ojos, mientras se llenaba de aire los pulmones.

            Las novedades eran catastróficas. Sus ejércitos en el norte estaban siendo vapuleados. Había una amenaza de rebelión por parte de varios pueblos, sometidos, que estaban al límite de sus fuerzas, debido a los enormes impuestos que él les exigía. En el centro del Imperio, un rebrote de la peste había diezmado algunas de las ciudades más importantes. Y la sequía había disminuido la capacidad de producción de sus campos agrícolas, de los que dependía la alimentación de sus súbditos. Para colmo, uno de sus ministros lo había traicionado, y tenía que cuidarse hasta de su propia sombra.

            Se había recluido en su cámara, una habitación desprovista de ornamentos y pintada totalmente de blanco, donde el único mueble era su trono. Allí podía pensar con claridad, sin distracciones y, de hecho, allí había tomado sus decisiones más trascendentes.

            Ahora, este cúmulo de malas noticias parecía superar su capacidad de gobernante. Dejó que su mirada se perdiera en el intenso blanco de la pared que tenía enfrente. Tenía que encontrar las respuestas para cada situación, y tenía que hacerlo rápido. Su poder y su prestigio estaban en juego.

            Escuchó un rumor de pasos y giró su cabeza hacia la puerta. Era la hora acostumbrada en que el copero principal del palacio le acercaba su bebida predilecta.

            El hombre entró, temeroso y sin decir una palabra. Dejó la copa en sus manos y se retiró unos metros. El oro macizo del vaso estaba tan pulido, que podía verse reflejado en toda la superficie.

            Bebió a sorbos lentos, haciendo girar la copa entre sus manos, pensativo. Luego hizo un gesto al copero, que se acercó solícitamente a recibir la copa vacía, y se retiró rápidamente de la cámara.

            Cuando quedó nuevamente solo, elevó sus pensamientos hacia las épocas de mayor gloria y esplendor. El recuerdo de sus triunfos alivió un poco la angustia de los problemas, que pretendían agobiarlo. Sin darse cuenta, con una leve sonrisa en su rostro, se fue quedando dormido.

            Tras unos minutos, volvió a abrirse la puerta. Silenciosamente, entró nuevamente el copero, esta vez, acompañado de una mujer. Entre los dos, lo tomaron con suavidad y lo sacaron de la habitación.

            Afuera, el día declinaba. Los pájaros alborotaban, buscando las ramas donde pernoctarían, y todo se iba acomodando para el descanso.

            Tras el último vaho rojizo que el sol pintó en el horizonte, la noche cayó, apaciblemente, sobre el hospital psiquiátrico.

miércoles, 18 de enero de 2012

Incendio

            Con ambas manos, me tomé fuertemente de la soga. Ésta, había aparecido providencialmente frente a mis ojos, y no dudé un instante. Tal vez fuera la única oportunidad de sobrevivir.

            El fuego hizo estallar los vidrios de la ventana que estaba tras de mí, en el mismo momento en que mis pies se separaban del balcón, y mi cuerpo quedaba suspendido en el vacío, sostenido por la soga.

            Miré hacia abajo. Las llamas y el humo ocupaban todo el espacio entre los dos edificios. No tenía opción. Comencé a trepar, usando toda la fuerza de mis brazos, y ayudándome con mis piernas, torneadas en la soga.

            Es cierto que en una situación límite uno saca fuerzas de dónde sea, pero la verdad es que ya estaba muy agotado. Había subido dieciséis pisos por las escaleras, huyendo del fuego, y tuve que romper a puñetazos la puerta del apartamento por cuya ventana pude, después, escapar.

            La tensión era extrema, a la vez que veía el fuego avanzar más rápido que yo, hacia lo alto del edificio.

            La soga, surgida desde la nada, era quizá el hilo que me ataba a la vida. Estaba separada de la pared, de modo que no me alcanzaban directamente las llamas, pero también se me hacía muy difícil acercarme a un lugar donde poder hacer pie. Estaba jugado a la resistencia de mis brazos y aún así, no sabía si, al llegar a la cumbre, tendría alguna salida.

            Traté de pensar sólo en la soga, y avanzar palmo a palmo hacia el destino incierto del último piso.

            De pronto, la soga se desprendió de donde fuera que había estado sujeta, y comencé a caer vertiginosamente. Mis ojos, desorbitados, vieron que había faltado muy poco para llegar a la azotea.

            Al mismo tiempo, una cantidad enorme de agua cayó sobre el edificio, aplacando la voracidad de las llamas.

            Pero yo seguía cayendo, y sólo tuve tiempo para escuchar aquella voz, como de trueno,  y ver a la mujer, gigantesca, que con un balde en la mano, recriminaba al niño, gritando:

            — ¡Otra vez jugando con fuego! ¡Y mira cómo has arruinado tus muñecos!

domingo, 15 de enero de 2012

VISITA

Se despertó sobresaltada. En el sueño que acababa de tener, un león la había perseguido por entre la selva enmarañada.

            El despertador había sonado en el momento justo en que la fiera la alcanzaba.

            El corazón le latía fuertemente y veía aún, nítidas, las uñas afiladas a unos centímetros de su piel.

            Se sentó en la cama y estiró la mano para alcanzar su bata. Se envolvió en ella y se dirigió al baño.

            Mientras caminaba, semidormida, por el pasillo, pensó con fastidio que tendría que lavar todos los pisos temprano. En un rato, comenzarían a llegar sus hijos, para acompañarla en el almuerzo, como todos los domingos, y no quería que vieran aquellas huellas de garras embarradas, que habían quedado por toda la casa..

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sábado, 14 de enero de 2012

Duda. (¿O indecisión?)

DUDA (¿O INDECISIÓN?)

            Caminó hasta el final del pasillo. Allí había dos puertas. Una le quedaba de frente, en la pared al fondo del corredor, y otra a su derecha. Ambas puertas estaban cerradas.

            Entonces, se le planteó la duda. No sabía cuál de las dos puertas pertenecía a la persona que debía entrevistar. Tampoco recordaba a quién debía entrevistar. Ni siquiera sabía si era hombre o mujer, mucho menos podía saber o recordar su nombre o su apellido. Sin esos datos, no podía preguntar, para orientarse. Cayó en la cuenta de que había llegado hasta allí totalmente desprovisto de información. ¿O es que había sido muy descuidado?

            Repasó mentalmente las últimas horas. No recordaba si fue antes o después del mediodía, que llegó a la redacción del diario. ¿O fue a los estudios de la radio? Estaba casi seguro de que no había ido al canal de televisión, porque allí sólo iba los jueves, y hoy era... ¿Qué día era? No tenía ningún almanaque cerca para confirmarlo.

            El caso es que, fuera donde fuera que había concurrido, allí había tenido una charla con su jefe inmediato (en el canal era jefa, no estaba seguro si Mariana o Estela). Seguramente fue una charla extensa, pero eso no lo recordaba con precisión. Tal vez, fue una charla breve, donde se dan las indicaciones concretas, y listo.

            Le habían pedido una nota especial, que esa misma noche debía aparecer en el noticiero, o que debía entregar en la redacción del diario antes del cierre.

            La persona era algo así como una estrella de la música pop o un/a deportista renombrado/a. Debía llegar al hotel donde se hospedaba (tal vez fuera su residencia particular), exactamente a una hora que, distraídamente, había olvidado anotar.

            Apenas se puso en camino para cumplir con la tarea encomendada, se dio cuenta que no había retenido con claridad la dirección del lugar a dónde se dirigía. Pero confiaba en su instinto. No en vano llevaba veinte años en la profesión ¿o eran treinta?

            Cuando llegó al hotel, tuvo la suerte de que no hubiera nadie en la recepción. Se dirigió rápidamente al ascensor, y... nuevamente la duda: ¿En qué piso le habían dicho que estaba el personaje? Otra vez, a confiar en su olfato periodístico. Cuando el ascensor se detuvo en el piso determinado, salió al rellano. Las consabidas dos opciones, derecha o izquierda, lo hicieron vacilar un instante. Optó por la derecha, y llegó al lugar donde ahora se encontraba, dubitativo, frente a las dos puertas cerradas.

            Luego de repasar todas estas peripecias que había vivido en la tarde, se estremeció al pensar que ahora se le abrían tres opciones: golpear en una de las puertas, sin saber a quién iba a encontrar y sin saber qué decirle; golpear en la otra puerta, en las mismas condiciones; o volver sobre sus pasos, y marcharse de allí sin haber cumplido con la tarea encomendada.

            Esa noche, llegó a su casa y encendió el televisor. Habían anunciado que la entrevista central del noticiero sería espectacular, y no quería perdérsela.
            Tomó una cerveza (¿o un refresco?) y se arrellanó en el sofá, pendiente de lo que decía la presentadora:

— Estimados televidentes, por causas de fuerza mayor, (o por problemas ajenos a nuestra voluntad), no podemos emitir la entrevista que habíamos prometido. No fue posible realizarla en el día de hoy, pero intentaremos cumplir con ustedes en nuestra próxima edición... (O en algunas de las siguientes, o en otro espacio de nuestra programación). Pedimos disculpas, y agradecemos vuestra comprensión.

jueves, 12 de enero de 2012

De flor en flor

DE FLOR EN FLOR

            El niño se había levantado temprano, porque era el día de su cumpleaños. Sus padres, antes de irse a trabajar, se habían acercado a su dormitorio, para saludarlo           y dejar en sus manos el regalo tan anhelado: un equipo completo para la observación de insectos. Desayunó rápidamente y salió, corriendo, a disfrutar de su nuevo juguete.

                                               * * *       * * *

            A unos kilómetros de distancia, en una casa grande y luminosa, con amplios ventanales, un hombre reposaba en un sillón, recuperándose de una grave dolencia cardiaca, que lo había llevado al borde de la muerte.                                          
           
            Esa noche no había dormido bien, y muy temprano se había trasladado hacia el espacioso salón que daba al jardín. Allí, con los primeros rayos del sol, todo se llenaba de vida, y eso lo reanimaba. En el alero del tejado, gorjeaban alegremente unos pichones, y el hombre se distendió, mirando distraídamente por la ventana. De pronto, sus ojos se fijaron en una mariposa, que sobrevolaba los canteros, posándose unos instantes en cada flor, para elevarse luego por sobre la casa, y perderse hacia la campiña.
           
            Entonces, la imaginación del hombre voló tras la mariposa. Olvidó su postración, su corazón dolorido y la mesita llena de medicamentos, y se dejó llevar. Se sintió ágil y liviano, mirando las cosas desde las alturas, soltándose con gracia en brazos de la brisa cálida que soplaba esa mañana.

            Su ser se inundó de paz, y pudo acariciar la libertad más irrestricta que hombre alguno pudiera conocer.

            Recorrió sembrados y praderas, subió y bajó por las leves colinas de la zona, y en las afueras del poblado, los coloridos jardines resultaron un festín.

            Acababa de libar, quizá, la flor más jugosa de cuántas había recorrido, cuando sintió que algo le impedía aletear, hasta quedar completamente inmóvil

                                               * * *       * * *

            El hombre sintió un agudo dolor en el pecho. ¡Otra vez! Tal vez se había extralimitado con las emociones. El médico estaba conforme con la recuperación, pero le había recomendado mucha tranquilidad. Cerró los ojos, y trató de serenarse. Se recostó e intentó llevar su mente hacia aquella sensación de libertad infinita que había experimentado unos momentos antes, y eso le ayudó a sentirse mejor. El dolor persistía, pero aún así, abrió lentamente los ojos.

                                               * * *       * * *

            La intensa luz del sol le impidió ver la cara del niño, que pasó de la curiosidad a la satisfacción, mientras se inclinaba sobre él para ajustar, aún más, el alfiler con que lo había sujetado a la placa de tergopol.

                                                                                     Hugo Jesús Mion

martes, 10 de enero de 2012

Tal como eres

Como el brillo expectante del lucero
vigilando a la luna,
es el brillo de tus ojos
en la callada súplica del beso.
Y al unirse los labios en tierna suma,
caen, como dos pétalos,
tus párpados, de rosa.
Acuden mis dedos presurosos
al clamor de tu pelo,
que, como un torrente,
se derrama caudaloso
sobre la curva suave y desafiante
de tus hombros, cual médanos.
Y desde un vértice perdido en la penumbra,
en rumores envuelto,
tibio como una tarde de Marzo,
tu abrazo viene presto.
Como tormenta que sorprende en descampado
al árbol indefenso,
así conmueven las caricias al instinto,
y se funden los cuerpos.
Vestida de temblores, y de ansias,
suena leve tu voz, en el gemido,
como el inquieto aletear de los pichones
esperando alimento.
Y tu piel se ilumina, y ríe, y canta,
como cantan y ríen los jilgueros
al despertar al sol, cada mañana,
en éxtasis de luz con el dios Febo.
Y llega la quietud, como las aguas
del río cuando abrazan un remanso.
Tu cuello, cual un nido, me contiene,
y tu espalda es un bálsamo.

Poema inspirado en Ana María y dedicado a ella, la Musa por excelencia.
Publicado en el Libro "Alas de Papel", publicación colectiva del Taller de Escritura "El Rincón". Montevideo, Diciembre de 2011.

lunes, 9 de enero de 2012

La concreción de un sueño.

Elegancia

Ella camina con una gracia inigualable. Ellas y ellos giran sus cabezas y la siguen con la mirada. Su falda baila al ritmo del viento y su pelo, suelto, va dejando a su paso bocas entreabiertas y corazones apretados.

            Llega hasta el borde de la avenida principal, en el momento de mayor tránsito. Sabe que, cuando pise la cebra, ésta se transformará en una glamorosa pasarela, donde su contoneo brillará como el sol y surgirán, por doquier, silbidos y bocinazos de admiración.

            Entonces, inicia el cruce, adelantando la barbilla y abanicando sus largas pestañas. Piensa que va pisando las teclas de un piano, y el ruido de su taconeo se entremezcla con la música que le regala su imaginación.

            Como instrumentos que se agregan, uno a uno, a la orquesta, va escuchando las consabidas bocinas, los silbidos, los elogios. La rutina que la espera en la oficina parece, en ese momento, tan lejana, que su ser se inunda de paz y alegría.

            De pronto, un sonido distorsionante la distrae y la arranca bruscamente de su ensueño. Sus párpados se alzan y sus ojos, inquisidores, van mirando alrededor, pero no alcanzan a detectar cuál fue la causa de la interrupción.

            Desdeñosa, se dispone a continuar. Pero ya no es lo mismo. Tan sólo logra imaginar, por un instante, que los papeles que lleva bajo el brazo son palomas blancas que llenan el aire de vida y movimiento. Pero la imagen es muy breve. Se ha roto la magia que diariamente la transporta de un lado al otro de la calle, apartándola del agobio y la monotonía.

            Se siente fastidiada y apresura sus pasos. No suena la música del piano y, en su enojo, ni siquiera escucha los silbidos y los bocinazos. Pero quiere saber. Llega a la vereda de enfrente, y se da media vuelta. Sus ojos son dos líneas flameantes, indignadas, y buscan con irritación al culpable.

            Entonces, el estupor le abre los ojos, grandes y redondos.

            A mitad de la calzada, sobre la cebra, la parte delantera de un automóvil oculta, a medias, bajo sus ruedas, el cuerpo desmadejado de una mujer que, minutos antes, caminaba con una gracia inigualable, haciendo bailar su falda al ritmo del viento y despertando la admiración de todos.

Oda a la Luna

Metamorfosis anunciada
que, de todas maneras nos sorprende.
Acostumbrada novedad
de tus mil caras
que, al compás de las semanas,
se suceden.
Ora tu esbelta redondez,
ora tu faz, oblonga y pálida.
Ora que, a diestra y a siniestra,
te haces uña.
Ora te ocultas, tras un leve
anillo que circunda
tu talle, y te renuevas,
y en la sombra
te recreas.
Dama nocturna,
en veste blanca, tan astuta,
que le has robado, al rubio sol,
su luz más clara.
Pero, quizá en el apuro,
no has tomado
de su calor
ni siquiera una migaja.
Grávido vientre
de los cielos infinitos:
cuando te acercas, de la mano del lucero,
y te reflejas
en la calma de las aguas,
se para el tiempo
y se estremece el Universo.
Dicen los geólogos
que has muerto: ¡Tonterías!
¿No pueden ver cuando seduces al poeta?
¿O cuando avivas la pasión de los amantes?
¿Puede alguien, muerto, dominar el mar y el trigo?
¿No eres, acaso, quien conduce al navegante?
Las nubes acarician
ese, tu rostro,
que parece imperturbable.
Pero, la sensibilidad
de algunos —pocos—elegidos,
advertirá el tímido sonrojo
y la sonrisa fugaz y placentera.
Enamorada de la Tierra,
vas con ella,
la miras siempre
con el mismo rostro.
Y en tal idilio,
ella te envía mensajeros,
para saber
de tus secretos más profundos.
Eres madrina de alegrías y tragedias.
Has contemplado los vaivenes
de la Historia.
Y allí estarás,
acompañando al ser humano,
inquebrantablemente fiel
y silenciosa.

(Poema publicado en el Libro "Alas de Papel", publicación colectiva del Taller de Escritura "El Rincón". Montevideo, Diciembre de 2011)

De Musas

Llevaba casi una hora, sentado en su escritorio, frente a la hoja en blanco.

            Tenía por norma quitar todo lo que hubiera sobre la mesa, y dejar sólo el papel y el lápiz.

            Pero la idea no venía a la cita. El lápiz giraba en sus manos, de un lado a otro, sus dedos tamborileaban sobre la madera. De vez en cuando, se echaba hacia atrás, y ponía las dos manos en la nuca. A veces, cerraba los ojos y trataba de que, en su mente, se formaran imágenes.

            Pensó en las cosas que le habían sucedido en los últimos días... Buscó en los recuerdos de su niñez... Trató de rescatar algún detalle de la última película que había visto... Repasó, mentalmente, los últimos cuentos que había leído, de otros autores...

            Hasta que, por fin, diáfana, sencilla, sugerente, apareció la que sería, seguramente, primera frase de su próximo cuento.

            Febrilmente, tomó el lápiz y comenzó a escribir:

            “Llevaba casi una hora, sentado en su escritorio, frente a la hoja en blanco...”