Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



jueves, 5 de septiembre de 2013

Cábala


         La pelota está colocada en el punto penal. Siento que toda la adrenalina del mundo corre por mis venas. El arquero camina lentamente hacia el arco, llega al centro, y se da vuelta muy despacio, en una guerra de nervios. Se agazapa y mira fijamente el balón, como si quisiera detenerlo con la mirada.
         
         En las tribunas se ha hecho un silencio espeso, palpable. Parece que todos han dejado de respirar, y que el tiempo también se ha quedado en suspenso. No es para menos, el momento es decisivo: si el disparo termina en gol, mi equipo logrará el campeonato. Pero si sale desviado, o el arquero lo ataja, será nuestro eterno rival el que salga campeón. ¡No quiero ni pensarlo! He implorado a todos los santos habidos y por haber y, temerariamente, me he colocado la camiseta número trece. ¡Sí! ¡La trece! Contra la opinión de todos, yo no creo que la mala suerte pueda provenir de una cifra.

            Así que aquí estoy, preparado para la gran definición. Pero… ¿Qué pasa? ¡No puede ser! Siento un dolor muy fuerte en el pie derecho. ¡Es un calambre! ¡No, no, no, ahora no, por favor! ¡El árbitro se lleva el silbato a la boca, ya va a dar la orden!

            El dolor se torna insoportable, y ya no puedo mantenerme en pie. Todo gira a mi alrededor, y siento que caigo en cámara lenta. Todo se vuelve borroso: la pelota, el arco, la gente…


            Unos brazos me sostienen,  impiden que me golpee contra el suelo. El sombrero de colores me cubre los ojos. Alguien me quita la cerveza de las manos, mientras desde el televisor se escucha el grito de gol… ¡Somos campeones!