Ella lucía su pelo atado en dos coletas.
Él llevaba el traje con afectación.
Ella regalaba sonrisas por doquier.
Él caminaba erguido, ajustando su corbata.
Ella saltaba los charcos.
Él buscaba dónde pisar seguro.
Ella lo miraba con ternura.
Él la miraba lleno de orgullo.
Caminaron
de la mano hasta la plaza.
Eligieron
un banco, y se sentaron en silencio.
El
vaivén de los columpios fue la música de fondo.
Él se puso serio, y buscó las palabras
adecuadas.
Ella lo miraba, expectante.
Él hizo todo lo posible por disimular.
Ella lo tomó de las manos, casi suplicante.
Él habló, finalmente:
— Tú ganas. Después que juegues con tus
amiguitas, te llevaré a tomar un helado.
Ella se colgó, feliz, del cuello de su abuelo.
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