El río se
enciende
y brotan
llamas
de las aguas
antes calmas.
Como si el sol
se disolviera
en ellas,
con una
efervescencia
de antiácido.
Un vaho
caliente se derrama
en las
orillas,
y las rocas se
licúan,
en lava espesa
y ardiente.
La cálida
brisa
no hace más
que avivar el
fuego.
Los árboles
tiemblan
sobre la
tierra
quemante,
y sus
vibraciones
estremecen
el aire.
Los pájaros
no huyen,
sino que aúnan
sus trinos
en una
sinfonía
impresionante,
en un intento
de conjurar
esa terrible
ola
que amenaza
abrasarlos.
Las nubes
danzan
y todo el
paisaje
gira
y gira,
en un
sicodélico
espiral
de sensaciones
que preludian
la explosión.
Y luego,
tu respiración
entrecortada,
la piel
estremecida,
y el abrazo
húmedo
entre las
sábanas
revueltas.
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