Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



viernes, 29 de mayo de 2020

2011



-¡Fagúndez!

La voz de trueno del jefe retumbó desde el fondo de la oficina.

-¡Vaya al sótano, rápido, traiga los archivos del 96! ¡Maldita sea la hora en que mandé ese informe!

Me levanté como si la silla hubiera de pronto ardido a mil grados. Jamás habíamos visto a nuestro jefe en ese estado de furia. Era un hombre correcto, más bien bonachón, que nunca levantaba la voz. Le obedecíamos sin problemas porque siempre requirió nuestro trabajo con respeto.

Me dirigí a la puerta gris. En otro momento, aquello habría significado la posibilidad de pasar un rato lejos de las computadoras, apartado de la rutina que carcomía mi vida ocho horas cada día, desde hacía quince años.

Pero hoy todo era distinto. La orden era apremiante. Tal vez porque nunca había bajado de prisa, estuve a punto de caer a los pies de la escalera.

El lugar estaba mal iluminado. La tenue luz se perdía entre carpetas y biblioratos gordos de papeles.

En los bordes de los estantes habían pegados pequeños trozos de papel con el año correspondiente. 1994, 1995... Allí estaba.

El grueso archivador, apretado entre otros dos deslucidos carpetones, descansaba en lo más alto de la estantería. Busqué la escalera para alcanzarlo. Así y todo, tuve que estirar mis brazos para intentar sacarlo. Mientras forcejeaba, sentía caer sobre mí el fino polvillo depositado allí a lo largo de tantos años. Cerré mis ojos con fuerza y seguí maniobrando aquel pesado mamotreto.

Entonces, cuando terminó de deslizarse por el estante y quedó sujetado solamente por mis manos, comprendí que no podría soportar aquel peso. Se me escapó de entre los dedos, cayó sobre mi cabeza y mis pies dejaron de posarse en la escalera.

No sé cuánto tiempo estuve desmayado.

Me despierta un sonido monótono que no alcanzo a reconocer. Me cuesta abrir los ojos. Un dolor agudo en el centro de mi cabeza me obliga a cerrarlos enseguida. Pienso en mi jefe, allá arriba, con toda su urgencia. Mis compañeros, al ver que demoro, bajarán a auxiliarme. Trato de concentrarme en el sonido. Es muy raro. Como si miles de pequeños pies se deslizaran sobre los papeles. No alcanzo a distinguir si viene de mi alrededor o si está dentro de mi cerebro. El golpe fue muy fuerte, puede ser un zumbido.

Algo me toma por los pies y comienza a arrastrarme. Pongo todo mi esfuerzo en abrir los ojos y, cuando lo logro, un grito de terror se ahoga en mi garganta.

Mi cuerpo se desliza dentro del hueco dejado por el archivador. Muchos seres pequeños caminan a mi lado y se van perdiendo en una oscuridad imposible de describir.

La última luz que veo tras de mi, muere cuando el archivo encaja nuevamente en su lugar.

Mientras me elevo, como flotando en aquella tenebrosa oscuridad, recuerdo los sucesos del año 96.

Y lo comprendo todo.