Entraste como una tromba al restaurante, mirando
a todos lados, buscándolo. Tal vez aún estuviera allí. Pasaban ya las tres de
la tarde, y las mesas ocupadas eran pocas. No estaba en ninguna de ellas, pero
la sensación de su presencia no te abandonaba, por lo que decidiste sentarte y
esperar. Podía estar en los lavabos, o en las cabinas telefónicas, que desde
allí no se divisaban.
Pasados diez minutos, el mozo ya se había
acercado dos veces a preguntarte si deseabas algo. El hombre te miraba con
simpatía y extrañeza, y no insistió demasiado, cosa que agradeciste. Cuando
pensabas en una excusa creíble para retirarte sin consumir nada, tus ojos se
posaron en una mesa, cerca de los ventanales que daban a la calle. Todavía no
habían retirado el pocillo vacío, y bajo el platillo se veía un papel,
cuidadosamente doblado.
Desde la mesa contigua solicitaron al mozo que
trajera la cuenta, circunstancia que aprovechaste para escurrirte hacia aquel
lugar, que te atraía como un imán. Disimuladamente, pusiste el papel en el
bolsillo y, ahora sí, seguro de que él se había retirado, llamaste al mozo para
pedirle un café. Te miró un momento, y pareció que iba a decirte algo, pero
luego se encogió de hombros y marchó a traer tu pedido. Claro —pensaste—, le
habría llamado la atención tu actitud, desde que llegaste, pero debía estar
acostumbrado a las rarezas de los clientes, así que asunto olvidado.
Pero tú no podías olvidarlo: esa extraña
sensación de que el hombre a quien venías siguiendo los pasos te comunicaría
algo trascendente. Sacaste tu libreta de apuntes, y mezclaste el papel entre
sus hojas, para poder abrirlo y leerlo con tranquilidad. Tus ojos, urgidos por
la ansiedad, recorrieron los trazos nerviosos del mensaje:
“Yo lo hice. Y sé que no podré vivir con esto.
Usted debe ayudarme”.
El texto resonó en tu mente, como un angustioso
grito de auxilio. Se notaba la carga emotiva, y el peso de la conciencia sobre
la mano que escribió aquellas líneas. Pero, rápidamente, ordenaste tus
pensamientos, anteponiendo la realidad a las emociones: tu tarea, como policía,
era perseguirlo y detenerlo. Él debía enfrentar las consecuencias de sus
acciones. Estabas investigando un asesinato, y a juzgar por lo que decía la
nota, el hombre se declaraba culpable. Tu trabajo era atraparlo, y hasta allí
llegaba tu responsabilidad. El problema era que, misteriosamente, él te había
involucrado en el caso, desde antes de cometer el crimen. Te había enviado
señales difusas, que te fueron dirigiendo, sin darte cuenta, hacia la víctima.
La víctima… Un término técnico, que no puede
expresar lo que ella significaba para ti: la mujer más hermosa que hubieras
visto nunca, dueña de la personalidad más subyugante que hubieras podido
conocer. Y —lo supiste más tarde— dueña del corazón más frío y calculador que
alguien pudiera albergar en su pecho. Fueron dos meses de pasión arrebatadora,
y luego, en cuestión de horas, tu amor se transformó en el odio más profundo
que alguien pudiera sentir. El dolor fue lacerante. Por momentos, creíste que
nunca lograrías superarlo. Entonces, el misterioso personaje ocupó toda la
escena. O por lo menos, eso te pareció, por la situación en la que te
encontrabas. Sus mensajes llegaron casi a diario, adoptando una actitud de
contención hacia tu persona, que logró evitar que enloquecieras. Eso, y
sumergirte de lleno en el trabajo. Tomaste los turnos dobles y las tareas más
arriesgadas, para apartar de tu mente su rostro, sus besos, su traición… Hasta
el día —fatídico, según resultó después— en que recibiste un lacónico mensaje
del desconocido:
“Ya puede estar tranquilo. Yo me ocuparé de
todo.”
No comprendiste a cabalidad el significado de
aquel mensaje hasta la noche siguiente, cuando encontraron el cadáver de ella,
en su propia casa, con un disparo en el pecho, a la altura de su helado
corazón.
En el Departamento no conocían tu relación con
ella, así que te enviaron a ocuparte del caso. Tuviste que verla así, rota,
desmadejada, con el bellísimo rostro desfigurado por una mueca de horror.
Sentiste que caías en un pozo muy oscuro, donde
te asaltaban horribles pesadillas. ¿Qué mente macabra había tramado todo esto?
¿Quién era el misterioso personaje? ¿Aquello era “ocuparse de todo”? Tú no
deseabas aquella muerte, tu odio no llegaba a tanto. Además, ya casi lo estabas
superando. ¿Por qué ese hombre se había tomado tal atribución?
Los recuerdos, tan recientes, giraban a ritmo de
vértigo en tu mente, y el café ya estaba frío, por lo que pagaste, y saliste
corriendo a la calle. Necesitabas el aire fresco, no podías aturdirte ahora,
que tenías a tu presa tan cerca. En esos meses, a través de los mensajes,
habías aprendido a conocer a tu misterioso “amigo”, y casi podías prever sus
próximos movimientos. Aunque algo había fallado la noche del asesinato: hubo
una desconexión que te desorientó, y luego fue muy tarde. Pero ahora todo
estaba muy claro.
Caminaste unas cuantas cuadras, para
tranquilizarte. Además, el lugar adonde te dirigías no quedaba lejos. Al
llegar, subiste por las escaleras hasta el tercer piso. Te detuviste frente a
una puerta y retiraste los precintos que tú mismo habías hecho colocar, para
proteger la escena del crimen. Cruzaste el recibidor, y pasaste a la sala,
iluminada por el sol, a través de las cortinas. En el piso, la silueta dibujada
amenazaba con traerte otra vez una vorágine de recuerdos.
De nuevo apartaste de un manotazo las emociones.
Necesitabas toda tu lucidez. Te sentaste en el sillón, de frente a la puerta.
Todo terminaría pronto. Sabías que él vendría, y no podría escapar. Sacaste tu
arma, y revisaste rutinariamente el tambor. Te quedaban cinco balas. Más que
suficientes. Con ella sólo necesitaste una.
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Excelente Hugo, un relato atrapante, aunque diste pistas durante su desarrollo, pero ese final suena convincente.
ResponderBorrarRealmente me impacto.
Un gran abrazo amigo.
Hugo:
ResponderBorrarMuy buen cuento, con final abierto, pues no se sabe quién sobrevivirá: el policía impulsivo, o el "amigo" manipulador.
Un gran abrazo.
Atrapante y ¿el final?
ResponderBorrarFeliz fin de semana
Me encantó... estuve pendiente todo el tiempo para saber quien la mató, el final es total.
ResponderBorrarBesitos.
Un relato atrapante, Hugo. Una doble personalidad para un crimen pasional.
ResponderBorrarMe ha gustado, amigo.
Un abrazo de mos desde la orilla de las palabras.
Lástima por la mujer fría pero hermosa.
ResponderBorrarMe gustó. Te felicito
ResponderBorrarComo indican los compañeros el texto va a atrapando poco a poco, in crescendo. Yo, personalmente, no sospeché nada, no ví venir nada; de modo que... caí en el final y quedé petrificada, como sin comprender. Buen susto.
ResponderBorrarEntonces volví atrás, buscando el contenido de las notas. Y sí, perfecto, encajaban perfectamente.
Solo hay una frase que me sobra, que no añade nada a la historia, de la que creo puedes prescindir: el pensamiento sobre el camarero.
Desde "Claro.... (hasta) olvidado".
Y nada más
Muchas gracias a todos por los comentarios. Tal vez para algunos no ha resultado claro el final, como intenté expresarlo, eso también me ayuda a revisar. Y Luisa, gracias por esa mirada, a mi me gusta recortar, cuando sobra. Saludos a todos.
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