Los rostros evidenciaban nerviosismo y temor. El ambiente,
débilmente iluminado, contribuía a aumentar la sensación de opresión. Todos
estaban de pie, formando un medio círculo alrededor del enorme escritorio de
roble, tras el cual se encontraba, sentado, el jefe supremo de la organización
mafiosa: Don Benito.
El Capo fue observándolos, uno a uno, y ninguno fue capaz de
soportarle la mirada, especialmente las dos mujeres, que se miraban las puntas
de sus zapatos blancos, y restregaban fuertemente sus manos.
La voz surgió profunda y ronca, con una suave frialdad, que
erizaba la piel:
— Quiero que sea eliminada. Y no toleraré ningún error,
¿entendido? Ninguno.
Sus ojos, escrutadores, notaron que uno de los hombres, el
más obeso, temblaba visiblemente, como si quisiera decir algo y no se
atreviera.
— ¿Qué sucede, Giovanni? ¿Hay algún problema? Tú eres el
responsable de que no existan fallos.
El hombre hacía girar su gorra entre las manos, y miraba de
reojo a sus compañeros, en busca de apoyo.
— Señor... Usted sabe que después... nuestras posibilidades
se verán limitadas...
El gesto del jefe perdió algo de dureza, y habló en un tono
comprensivo, paternal:
— Lo sé, lo sé. Pero...el médico ha dicho: Ni una pizca de
sal. Por lo tanto, la eliminan totalmente de la cocina, ¿capito?
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Hugo:
ResponderBorrarMuy bueno, en especial el inesperado remate.
A esa asesina me la saqué de encima a los veinte y tantos años. Hoy no la soporto...
Saludos.
Que bueno Hugo, has vuelto a tu humor habitual.
ResponderBorrarMuy buen desenlace.
Un abrazo amigo.
¡Qué bueno es reír! Gracias por la generosa dosis, amigo.
ResponderBorrarY felicidades: un desenlace absolutamene inesperado que es lo que uno se espera en un cuento de Don Hugo.
Un abrazo, camarada.
Gracias, amigos, por las risas y los comentarios.
ResponderBorrarUn toque de humor en este micro relato que siempre es bienvenido en la atmósfera bloguera, muy bueno Hugo.
ResponderBorrarUn beso al alma.
Buen cuento Hugo, quien se imaginaría un final así?... Me reí bastante.
ResponderBorrarUn abrazo,
Rafael