CONMEMORACIÓN
El 8 de Marzo amaneció sereno. Un sol dorado se encaramó a una leve bruma tempranera, para asomarse al camino —ascendente y rutinario— que lo llevaría hacia el mediodía.
La mujer acalló a tientas el pitido invasivo del despertador, y, saliendo de quién sabe qué sueños, se dispuso a enfrentar una nueva jornada.
Con los minutos contados, para el aseo y un minúsculo desayuno, salió a la calle para alcanzar apenas el ómnibus que la llevaría al trabajo.
Una hora después, su silueta se alineaba, junto a otras, al frente de la fábrica, para registrar su ingreso en el reloj tarjetero.
Mecánicamente sacó su tarjeta de la cartera. Por enésima vez, en tantos años, renegó de la fotografía, que tan poco la había favorecido. Colocó el plástico en la ranura y presionó la tecla de “entrada”. Deslizó la tarjeta hacia abajo y escuchó el sonido impersonal de confirmación.
El suspiro de resignación se vio interrumpido por la voz amable del portero, que le decía:
—Buenos días. ¡Feliz día de la mujer!
Ella giró, sorprendida, hacia la voz. Luego, volvió a mirar la pantalla iluminada del reloj, que le decía claramente: 8 de Marzo.
Una sonrisa cansada, que le entibió levemente el rostro, preludió aquellas palabras, que sonaron dolorosamente hondas:
—Gracias. No lo recordaba. Pasa que aquí, a veces, me olvido que soy mujer.
Uno de los síntomas de nuestra civilización, cuando consigamos ser una civilización realmente avanzada, será la ausencia de días especiales, porque, simplemente, en una sociedad avanzada no son necesarios.
ResponderBorrarHasta entonces, muy bueno el reconocimiento, Hugo.