Tuve que saltar ágilmente para
ocultarme tras un saliente de la pared. No podía permitir que me descubriera, y
ahora él estaba girando su cabeza hacia atrás, como si desconfiara.
Yo
no había logrado ver su rostro, aún. Comencé a seguirlo desde el momento en que
salió del lugar indicado y me mantuve a una distancia prudencial, para que no
adivinara mi presencia. Al principio, caminó muy lentamente, como absorto en
sus pensamientos. Incluso, se detuvo un par de veces, como dudando si continuar
o no. Pero nunca volteó hacia mí.
Un
aire en su manera de caminar daba leves toquecitos en mi memoria, como buscando
la similitud con alguien que yo conocía, aunque eso era muy improbable. Se me
había encomendado seguirlo hasta que llegara a su destino y, para eso, era
indiferente si lo conocía o no. Sólo debía evitar que él supiera que estaba
siendo seguido.
Con
dificultad, se iba abriendo paso entre la gente. A esa hora eran muchas las
personas que se desplazaban por la calle. Eso me ayudaba a no despertar
sospechas, pero también me hacía difícil no perderlo de vista.
En
determinado momento, apuró el paso, como si de pronto se hubieran disipado sus
dudas, y hubiera tomado una decisión trascendente. Eso me obligó a extremar mi
atención y no quitar mis ojos de sus espaldas. Noté que, aunque llevaba
sombrero, el corte de su cabello me resultaba familiar. No podía quitar de mi
cabeza esa sensación de conocerlo, o por lo menos, de haberlo visto antes. Aún
sabiendo que ese dato era intrascendente, y que, incluso, podía resultar
peligroso, porque me distraía del centro de mi misión. Era vital saber adónde
se dirigía, pero aún eso no resultaba claro.
Me
mantuve unos segundos oculto y luego comencé a asomarme muy lentamente,
milímetro a milímetro. Él había continuado la marcha. Tal vez, su giro hacia
atrás fue un gesto mecánico, intrascendente. Me lancé de nuevo tras sus pasos,
aunque ahora resultaba más sencillo, dado que había disminuido la cantidad de
gente en la calle.
Fiel
a su ritmo, me mantuve pegado a sus talones, inclaudicable. Cada vez que
doblaba en una esquina y se perdía, calle abajo, mi corazón daba un vuelco,
ante la posibilidad de perderle el rastro. Por lo tanto, decidí disminuir al
mínimo la distancia, aún arriesgándome a que me descubriera. No quería fallar
y, en esto, puse todas mis energías.
Hasta
que, de pronto, lo impensable: al llegar a una esquina, giró hacia la derecha.
Diez segundos después, llegaba yo, para girar a mi vez y continuar mi tenaz
persecución. Pero él se había detenido a un par de metros de la esquina y se
había vuelto hacia mí.
Fue
imposible detenerme a tiempo. Traía demasiado impulso y su gesto me tomó
totalmente por sorpresa. El choque fue inevitable. El estallido fue
ensordecedor, y los trozos de mi espejo quedaron esparcidos por toda la
habitación.
Muy misterioso. El alma en vilo todo el tiempo.Final inesperado, sorpresivo...Me gustó mucho..
ResponderBorrar¡Que bueno!. Ni Ágatha Crithie lo hubiera escrito mejor, Hugo deslumbras constantemente.
ResponderBorrarQué bueno Hugo!!!! Muchas gracias, me encantó!!!! Un abrazo
ResponderBorrarQué bien juegas al despiste, amigo. Me mantuvo atento todo el tiempo y me hizo reir al final, ¿qué más se puede pedir? Otro buen relato, sí señor. Un abrazo.
ResponderBorrarSuspense logrado, llama la atención que el tema de la ruptura, de los golpes, del dolor, es recurrente en tu producción. Interesante!! http://lobigus.blogspot.com/
ResponderBorrarEncantado de leerte como siempre. Buen relato Hugo.
ResponderBorrarUn verdadero gusto, Gustavo y Asth, que hayan pasado por aquí, y se hayan tomado tiempo para leer y comentar. Gracias.
ResponderBorrarespectacular Hugo como en los viejos tiempos de colegio mu buena manera de expresar lo que te gusta
ResponderBorrarHola, "Anónimo", me gustaría saber quién eres, más si compartimos la época del colegio. Saludos y gracias por pasarte por aquí.
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