El puñetazo le dio de lleno en la cara y le hizo perder el
equilibrio. Se golpeó contra la pared y ésta se resquebrajó, dando toda la
impresión de que la casa iba a desmoronarse de un momento a otro. Mientras
intentaba levantarse, sacudiendo la cabeza, aturdido, alguien trajo un largo
tirante de madera, que encajó firmemente en la estructura, para evitar la caída
del techo. Como se distrajo, mirando aquella solución de emergencia, el segundo
puñetazo lo tomó totalmente desprevenido. Justo en el mentón, de abajo hacia
arriba. Fulminante. Su cuerpo se elevó, para después caer con todo su peso
sobre la mesa del comedor, que se hizo añicos. La misma persona que había
sostenido el techo fue quien trajo los trozos de hielo que lo reanimaron. Todo
giraba, sicodélicamente, a su alrededor.
Hasta que
todo se detuvo, bruscamente, tras una combinación de golpes: uno al ojo
izquierdo y otro al derecho. Mientras se tambaleaba, observó que, desde la
cercana Catedral, iban saliendo los novios, entre la algarabía de la gente, que
les lanzaba puñados de arroz. Todos gritaban, aplaudían y reían. En ese
momento, comenzaron a sonar las campanas.
Milagrosamente,
se mantenía en pie, cuando el técnico lo abrazó y lo llevó hasta su esquina.
— ¡Tienes
que defenderte! ¡Si te sigue golpeando así, vas a tener alucinaciones!
Me ha dolido el cuento como un golpe en la cara jajaja, muy bueno. Gracias por compartirlo ;)
ResponderBorrarYady
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarY está vida que vivimos...¿es real o es que nos están sacudiendo y aún no nos han llevado a nuestra esquina? ¡Buen golpe, Hugo! Abrazo.
ResponderBorrarCreo que todos nos sentimos a diario así, nos golpean y en nuestra desesperación alucinamos soluciones utópicas.
ResponderBorrarMuy bueno Hugo.
Es muy común que, al sufrir un golpe, no tengamos ni idea del porqué nos pasa tal cosa...
ResponderBorrarMuy ingeniosa la imagen del boxeador que utilizaste, para aglutinar las supuestas incoherencias de esa realidad.
Saludos.