Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



viernes, 12 de julio de 2013

Mucha merde


   Tengo los ojos cerrados, y mi espíritu se eleva, junto a cada nota que, con virtuosismo, arranco al instrumento. Mi ejecución es perfecta, lo sé muy bien. Me lo confirma el respetuoso silencio del público que, como cada noche, colma las instalaciones del teatro. No los veo, pero intuyo sus rostros tensos, expectantes, con los ojos iluminados por la emoción, ante mi magistral interpretación.

   Así continúo durante una hora y media, deleitándolos y deleitándome. Gozo profundamente con mi música, y logro trasmitir este sentimiento a mis admiradores.

   Aun con los ojos cerrados, ataco el momento culminante de la obra, donde debo poner toda mi energía, para lograr un final apoteósico, inolvidable.

   Cuando la resonancia de la última nota aún flota en el aire, comienza a elevarse desde las butacas una estremecedora ola de aplausos. El piso tiembla bajo la algarabía de esta gente que me vitorea de pie: ¡Viva! ¡Viva el eximio concertista!

   Estoy como fusionado a la silla. No puedo ponerme de pie, las piernas me tiemblan demasiado. Doblo mi cuerpo, hasta casi tocarme las rodillas con la frente, a modo de reverencia. Se redoblan los aplausos. No abro mis ojos. Quiero seguir paladeando el éxtasis de este instante de gloria. Decido esperar a que el telón me oculte, y la sala se vaya quedando vacía.

   Cuando todo el aire parece llenarse de silencio, sé que la magia ha terminado.

   Enderezo mi cuerpo, lentamente, y abro los párpados con desgano. Cada vez me cuesta más descender a la realidad y retornar a la rutina. Miro el blanco reloj, que cuelga de la pared blanca. Ya es la hora.

   Se abrirá la puerta, y entrará ella. Puntual, eficiente, segura de sí misma, hablándome con ternura mientras me prepara la cama. Luego, pacientemente, me hará tomar, uno a uno, los seis medicamentos correspondientes a la noche.

   Y así, en brazos del sueño, acabará otro día de mi miserable vida en este hospital siquiátrico.
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13 comentarios:

  1. Hugo:
    Es un relato magnífico, que nos hace reflexionar sobre los caminos incorrectos de la mente.
    He conocido y tratado a mitómanos y evadidos. Los acompañé en sus fantasías y les dí -creo- un momento de dicha.
    Te felicito, de corazón.
    Que pases un muy buen fin de semana.
    Un fuerte abrazo.

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    1. Gracias, Arturo. A veces, esas evasiones son una lucha contra la soledad.

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  2. Quizás no esté tan perdido si es consciente de estar internado en un psiquiátrico. Falta poco para hacer que traga las pastillas y hacércela creer a todos.
    Saludos van, Hugo.
    San Montelpare

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    1. Hay muchos que están internados sólo por incomprendidos. Gracias, Sandra.

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  3. Aunque mejor vivirlas, con la mente podemos conseguir cualquier cosa. Yo creo que tu prota está muy cuerdo.
    Me gustó Hugo.
    Rosy

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    1. Gracias, Rosy. No sé qué conviene más, si estar cuerdo, o lo otro...

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  4. ¿Quien no sueña despierto alguna vez? al abrir los ojos nos golpea la realidad, pero es un momento sublime donde cada quien se siente un ganador. Yo aún sueño.
    Excelso Hugo. ¿Nunca soñaste con ser escritor?
    Un abrazo.
    Aún te espero en Juegos Literarios SRL.

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    1. El día que dejemos de soñar, dejamos de vivir, Luis. Gracias por estar siempre.

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  5. Estupendo!! Un placer visitar tu espacio. Pronto regreso!

    saludos


    http://cuentosdensueno.blogspot.com

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    1. Bienvenida siempre, Marylin. Tus espacios también me han parecido interesantes. Saludos y gracias.

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  6. Hay sueños que te permiten seguir vivos y hay más locos fuera del psiquiátrico que dentro.
    Buen relato, Hugo.
    Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.

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