Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



miércoles, 30 de mayo de 2012

Resaca


Cuando se despertó, ya la mañana estaba avanzada. No descorrió las cortinas, no hubiera soportado el resplandor del sol.

El recuerdo de la pasada noche de copas, se transformó en náuseas. Fue a la cocina, a prepararse un café, y encendió el televisor. Puso un noticiero, necesitaba saber en qué día estaba viviendo.

El presentador hablaba de una nueva víctima del asesino serial... ¡Cuánta locura! ¡En pleno siglo XXI, alguien se dedicaba a desangrar a mujeres jóvenes, al estilo del conde Drácula!

Fue a beber un sorbo de café, y el tintineo de sus colmillos contra el borde de la taza lo trajo a la realidad.
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viernes, 25 de mayo de 2012

Espectador


El hombre tenía las piernas estiradas, con los pies apoyados sobre la pequeña mesa, que estaba cubierta de platillos con restos de comida. Había varias botellas vacías alrededor del sofá, y el cenicero desbordaba de colillas.


En la pantalla del televisor, la película llegaba a su momento más emotivo: el protagonista lograba rescatar a la muchacha, eliminando a todos sus captores, y la tomaba entre sus brazos, para declararle su amor.

Pero el hombre no pudo disfrutar del desenlace. Hacía más de media hora, el paro cardíaco había sido fulminante.
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jueves, 24 de mayo de 2012

De precauciones se trata


El viento, fortísimo, sacudió violentamente mi casa, y poco a poco, la fue desmantelando.

Afuera, en las sombras, brillaron por un instante aquellos ojos, que me venían acechando desde hacía varios días. No tuve otra opción que huir. Mi vida dependía, ahora, de mi velocidad.

Mientras corría, sintiendo muy cerca el fétido aliento de mi perseguidor, recordé las sabias palabras de mi hermano mayor. ¡Cuánta razón tenía!

Nunca debí construir mi choza de paja.

domingo, 20 de mayo de 2012

Vacaciones


           Parecen estrellas de mar. Giran... Giran... Sus brazos ondulan... Pero se ven enormes, y están suspendidas en el aire de mi dormitorio. Sí, reconozco mi habitación, aunque las paredes aparecen pintadas de colores fluorescentes, y los rincones han adquirido una oscuridad tan profunda, que me resulta imposible definirla.

            Desde allí, desde esos ignotos rincones,  me llegan voces, en animada conversación. Una de ellas es, claramente, la de mi abuela Orietta. Sí. Es inconfundible. La he extrañado mucho, ya hace dos años que murió. Entonces... ¡Claro! ¡Estoy soñando! Respiro, aliviado. Ya había empezado a preocuparme.

            Bebo un poco de agua, del vaso que está sobre la mesa de luz, y me dispongo a dormir nuevamente. Mañana es mi día libre, por lo que he apagado el reloj y el celular. Tal vez esa extraña danza de las estrellas de mar me sirva de arrullo, para conciliar el sueño.

            No sé cuánto tiempo he dormido. El estridente sonido de mi celular me saca, violentamente, del pozo profundo en que me veía, girando. Los párpados me pesan y, entre el embotamiento que me produce la somnolencia, alcanzo a distinguir que no es la alarma, sino una llamada. Atiendo, y de nuevo la sorpresa me invade

            — ¡Hola! ¡Mi nieto querido! ¿Cómo has estado? Soy tu abuela, Orietta.

            Mis labios se mueven, maquinalmente, y sé que he pronunciado algunas palabras, pero no escucho mi propia voz.

            — Claro que sí, cariño — su voz me suena como si la tuviera al lado— ¿Sabes?
Hace un momento estaba hablando de ti, con unas amigas. Les contaba de tu afición por el mar. Espero que mi accidente no te haya afectado, al punto de que reniegues de tus gustos.

            Mi abuela viajaba en un crucero, que se hundió cerca de las costas de Italia. Fue un accidente tonto, pero se cobró muchas vidas. Mientras las imágenes pasan por mi mente, le respondo algo, que tampoco puedo escuchar.

            — ¡Me alegro muchísimo! Eso me tranquiliza, y realmente hará más llevadera mi estancia aquí. ¡Te quiero mucho! ¡Un beso grande!

            Y cortó.

            Todavía aturdido, voy a dejar el celular sobre la mesa de luz, pero está llena de algas, que tengo que apartar. Entonces, recuerdo que había apagado el aparato, antes de acostarme. Comprendo que, nuevamente, estoy soñando. Esta vez el alivio es mayor. Por supuesto que mi abuela fue un ser muy especial para mi, y es lógico que la recuerde, aún en sueños. También es comprensible que aparezca el mar, dada la fascinación con que me atrae, desde niño. Pero la voz me ha sonado tan nítida, que todavía estoy estremecido por el horror.

            No se vislumbra, aún, la claridad del amanecer, pero decido que es mejor levantarme. Tal vez, más tarde, intente dormir otro poco. Me incorporo en la cama y, al bajar los pies, buscando mis pantuflas, éstos se hunden en el agua helada. El contraste entre el calor de mi piel, saliendo de entre las sábanas, y el frío inesperado del agua, termina de despertarme. ¿Qué está pasando? ¿Otra vez, la tubería del baño? Descalzo, camino hacia allí, notando que piso algo blando... ¡Arena! ¿Cómo es posible? ¡En el piso de mi dormitorio! ¡Ni siquiera en una inundación, estoy en un tercer piso!

            Me digo a mi mismo que debo tranquilizarme. Todo debe tener una explicación racional. Calma... Calma. ¡La ventana! ¡Eso es! Abrir, observar la noche, dejar que entre el aire fresco. Eso me ayudará a pensar. Camino hacia la pared, ya mis pies se han acostumbrado al frío del agua, dándome la sensación de que estoy totalmente sumergido. Intento abrir, pero... ¡Qué distraído! ¡Con mi experiencia, y no recordar que los ojos de buey no se abren! Me sonrío, agradeciendo que nadie me esté observando.

            Me dirijo al pasillo, viendo de reojo que ya el agua cubre la cama y la mesa de luz. ¡El celular! Pero ya es tarde. El agua, que se mece suavemente, ha deslizado el aparato, que se hunde rápidamente. ¡Qué contratiempo! ¿Cómo haré, ahora, para comunicarme con mi abuela, que viaja en un camarote al otro lado del barco?
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lunes, 14 de mayo de 2012

Martes y Sábados


             — No importa lo que haya hecho, ni lo que digan de él. Es mi nieto, y punto – dijo Etelvina, y salió de la pieza, apartando de un manotazo el raído trozo de tela que hacía las veces de puerta.


            Afuera, caía una fría y pertinaz llovizna. Todo se iba transformando, lentamente, en barro. Parecía que hasta los pensamientos se mezclaban, en una pasta pegajosa, con la tierra greda empapada.

            Pero a Etelvina nada de eso le importó. Con un pesado bolso en cada mano, se lanzó al camino que conducía al pueblo, si es que se podía llamar camino a aquel tortuoso sendero, donde competían las piedras, los yuyos, y las profundas huellas de los carros, que ahora aparecían llenas de un agua espesa y amarronada.

            El obeso cuerpo de la mujer se bamboleaba, equilibrando su andar con el peso de los bolsos. Aunque eran las dos de la tarde, la plomiza cortina de agua se había robado la luz. La silueta borrosa de Etelvina parecía un enorme pato, que avanzaba trabajosamente por el lodazal. No llevaba nada para protegerse de la lluvia, por lo que el agua se iba adueñando de sus cabellos y de su ropa, aunque no de los bolsos, que estaban bien envueltos en sendas bolsas de plástico.

            Llevaba unas viejas botas de cuero, agujereadas, que no hacían más que entorpecer su caminar, dado que, a cada paso, el barro se les adhería y se llenaban de agua, resultando cada vez más pesadas.

            Tras un rato, que pareció eterno, sus pasos comenzaron a sonar más firmes, en las primeras calles asfaltadas del pueblo. Se detuvo un momento, para alivianar sus botas del molesto barro, y quitarse los cabellos de la cara. Aterida, ya no sentía el frío. Sólo quería llegar a su destino.

            El badajo golpeó tres veces la campana de la iglesia. No se había extinguido aún el sonido del bronce cuando, entre el húmedo gris de la tormenta que arreciaba, apareció la mole, aún más oscura, del edificio de la cárcel.

lunes, 7 de mayo de 2012

Falso testimonio


             La serpiente se arrastraba, sigilosamente. El único sonido audible era el roce de su escamoso vientre, contra el pasto. Unos veinte metros más adelante, un hombre y una mujer discutían acaloradamente.

            De pronto, se escuchó una potente voz, aunque el reptil no pudo ver a nadie. La nueva presencia hizo callar a la pareja, y ellos bajaron sus cabezas, avergonzados. El hombre apuntó con su dedo índice a la mujer, y ésta se irguió, desafiante, mientras pronunciaba unas palabras que, hasta hoy, resultan incomprensibles para el rastrero animal.

            Dijo, señalando hacia el bosque:

            — La serpiente me sedujo, y comí.

sábado, 5 de mayo de 2012

El paseo


Ella lucía su pelo atado en dos coletas.
Él llevaba el traje con afectación.
Ella regalaba sonrisas por doquier.
Él caminaba erguido, ajustando su corbata.
Ella saltaba los charcos.
Él buscaba dónde pisar seguro.
Ella lo miraba con ternura.
Él la miraba lleno de orgullo.
            Caminaron de la mano hasta la plaza.
            Eligieron un banco, y se sentaron en silencio.
            El vaivén de los columpios fue la música de fondo.
Él se puso serio, y buscó las palabras adecuadas.
Ella lo miraba, expectante.
Él hizo todo lo posible por disimular.
Ella lo tomó de las manos, casi suplicante.
Él habló, finalmente:
— Tú ganas. Después que juegues con tus amiguitas, te llevaré a tomar un helado.
Ella se colgó, feliz, del cuello de su abuelo.


jueves, 3 de mayo de 2012

Una locura


Sobre su escritorio había un montón de papeles que esperaban su firma y el golpe de gracia otorgado por el Sello Real.

Dedicaba, cada día, dos o tres horas a esta tarea. No se tomaba la molestia de leer el contenido de los papeles, que ya venían preparados por su séquito de ocho secretarios. Tampoco hubiera sido posible, dado el gran volumen de documentos que le llegaban.

En realidad, hubiera deseado pasar esas horas jugando al golf, o disfrutando en alguna de sus mansiones, distribuidas estratégicamente por todo el país. Pero el cumplimiento de ciertos protocolos –aunque mínimos-, le aseguraba mantener su poder político y social, además de las jugosas expensas con que podía sostener su status y el brillo de toda la parafernalia con que se rodeaba. Su familia era grande y se extendía cada vez más, al irse casando sus hijas e hijos. Tenía, además, el nexo indispensable con otras familias reales, no fuera cosa que se debilitara el azul de la sangre.

Firmaba y sellaba, casi sin mirar, pero uno de aquellos papeles le llamó la atención, por su colorido. Su rostro se iluminó con una sonrisa. A su memoria vinieron lo espléndidos días pasados en aquel país exótico: las majestuosas fiestas, las playas paradisíacas, las excursiones de cacería... ¡Qué más da, que algunas especies estuvieran en extinción! En su opinión, algunas pieles son imposibles de imitar sintéticamente, y no le parecía justo que la reina luciera en su ropa algún burdo invento de laboratorio.

Rubricó aquel documento con satisfacción: las arcas del Estado quedaban así autorizadas a pagar los cuantiosos gastos en que había incurrido durante su paseo. ¡Ah! ¡Los súbditos! ¡Deberían sentirse orgullosos! Gracias a sus aportes, la monarquía aparecía fortalecida ante el mundo y, gracias a ellos, en la próxima boda la reina luciría una estola única, natural, de una suavidad excepcional.

Pensó que ya tenía bastante por ese día. Ya continuaría después con su rutina. Ese último documento le había despertado sensaciones alegres, y decidió regalarse una buena ración de whisky escocés. Se dejó caer en uno de los enormes sillones de cuero repujado, se quitó los zapatos y encendió el televisor. Fue pasando rápidamente los canales, mientras hacía una mueca de disgusto: todos estaban difundiendo imágenes de las marchas de protesta, organizadas por todo el país. La crisis económica golpeaba fuerte a la población; el desempleo era altísimo y la gente perdía sus casas, sus bienes y sus esperanzas. ¡Qué fastidio! Tomó el control remoto y, tras apagar el aparato, lo lanzó lejos, al otro lado de la sala.
* * *
El golpe que dio contra la pared coincidió con el de una rama contra mi ventana, y me desperté. Era una noche de tormenta y viento. Me senté en la cama y encendí la luz. No hubiera necesitado despertarme para saber que todo había sido un sueño, ¡claro que no! ¡Estamos en el Siglo XXI! ¿Quién podría siquiera imaginar que a estas alturas subsistiera alguna monarquía? ¡Sólo en la locura de los sueños!

Apagué la luz y me dispuse a seguir durmiendo, con la tranquilidad de un bebé. Tal vez ahora pudiera soñar con algo más realista... Bueno, algo más...real, de realidad, ¿me entienden? 

martes, 1 de mayo de 2012

Pericia técnica


            Sonó un seco estampido. Algunos transeúntes voltearon la cabeza, sorprendidos. A mitad de la cuadra, el murmullo de voces fue creciendo.

            El hombre caminó dos pasos, tambaleante, y luego se desplomó. Cayó sobre su costado derecho, golpeó su hombro y su cabeza y luego giró pesadamente, hasta quedar boca abajo, con los brazos abiertos y la cara pegada al piso. Unos metros a su alrededor, se fue formando rápidamente un círculo de rostros curiosos, y el morbo comenzó su obra.

            Desde un comercio cercano llamaron a la policía, y alguien se acercó con un trozo de lona para cubrir el cuerpo. Llegó un patrullero con las luces y la sirena encendidas. De él, bajaron cuatro policías y comenzaron a interrogar a los presentes: ¿Quién es este hombre? ¿Alguien vio al que disparó? ¿Por dónde huyó? ¿Era uno solo? ¿Podrían describirlo? ¿Saben si este hombre tenía enemigos? ¡Por favor, llamen una ambulancia! ¡El forense! ¡No toquen nada!

            Mientras los agentes anotaban los testimonios en sus libretas, llegó el médico forense y, detrás suyo, una ambulancia, aguardando la orden de retirar el cuerpo.

            En ese momento, desde el hotel que estaba enfrente, salió el propietario, corriendo y gritando hacia los policías:

            — ¡Ayuda! ¡En el segundo piso, uno de los clientes se pegó un tiro! ¡Ayuda!

            Todos se giraron a mirarlo, sorprendidos, y por unos momentos, reinó la confusión.

            Hasta que uno de los presentes advirtió el detalle:

            — ¡Esperen! ¡Todos escuchamos un solo disparo!

            Y todos, al unísono, dirigieron sus miradas al cuerpo del hombre que estaba tirado en el suelo. Y todos, al unísono, tuvieron la mayor de las sorpresas, al verlo sentado junto al forense, con los ojos desorbitados por lo que veía a su alrededor.

            Tres metros más atrás, una baldosa suelta lo había hecho tropezar, con tan mala fortuna que, al caer, golpeó su cabeza y se desvaneció por un momento.