Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



sábado, 22 de septiembre de 2012

El viejo (Día Mundial del Alzheimer)


Entre pecho y espalda,
lo lleva,
lo carga.
En las manos, cual viento
que sopla
y se escapa.
En la mente, de olvidos
rellena,
cerrada.
El Alzheimer, maldito,
lo lleva
a la nada.

domingo, 16 de septiembre de 2012

La amiga


La desnutrición, la desidia, los malos tratos, afectan profundamente a las personas, y alteran los procesos naturales. Ana María nació prematura. No se habían cumplido siete meses de embarazo, cuando comenzaron las complicaciones, y su irrupción en el mundo se adelantó a lo previsto.
La madre sufrió. La niña sufrió. Los médicos se esforzaron al máximo. Finalmente, pudieron decir que llevaría una vida bastante normal.
Durante esos meses de cuidados e incertidumbre, el padre optó por desaparecer. La madre guardó una temerosa esperanza de que retornara, hasta que la niña cumplió tres años. Entonces, cerró la puerta del pasado. Ya bastante dolor tenía, en el día a día de su vida gris y accidentada.
Ana María crecía con dificultades, y su carácter se había tornado hosco y taciturno. Pasaba largas horas sentada en el patio, mirando hacia la nada. No tenía amigos, y sus juegos se limitaban a escribir con ramitas en el suelo, o conversar con los pájaros. El caso es que las aves elegidas eran los cuervos, los halcones, las lechuzas. Quienes la observaban en esos momentos se estremecían. La pobreza en que vivían impidió que tuviera juguetes, salvo los que, toscamente, elaboraba su madre.
Pero un día algo cambió. Llegó a la humilde casa un misterioso paquete, sin rastros del remitente, y con una sola inscripción: Ana María. Su madre, sobresaltada, dudó mucho antes de abrirlo. Finalmente, encontraron dentro una muñeca. Era muy hermosa, bastante grande, y con unos vestidos de colores que rápidamente cautivaron a la niña. Su mamá y algunos vecinos conjeturaron sobre el origen del regalo, pero viendo el entusiasmo de la pequeña, decidieron olvidarlo.
Los cambios fueron inmediatos y sorprendentes: la muñeca pasó a ocupar todo el tiempo en los juegos de Ana María. Comenzó a sonreír, y ya no hablaba con los lúgubres pajarracos, sino que lo hacía animadamente con su nuevo juguete. Se la veía activa, salía a caminar por los prados, e incluso la escucharon tarareando algunas canciones. Algunas tardes, su mamá la sacaba al frente de la casa, y allí compartía un rato de juegos con las otras niñas que vivían en la misma calle. La transformación había resultado tan satisfactoria, que las visitas al médico se espaciaron, y éste la encontraba cada vez mejor.
Uno de esos días, en que la niña jugaba con sus amiguitas, y las mamás formaban una rueda aparte, para contarse las novedades del barrio, una de las compañeritas comenzó a burlarse de la pequeña Ana. Muchas veces, los niños resultan crueles con sus bromas, al no ser conscientes del daño que pueden causar. Le recordó que no tenía padre, que tal vez hubiera sido un delincuente, que ella era muy pobre para jugar con una muñeca como esa… La niña rompió a llorar, y antes de que su madre se diera cuenta, salió corriendo hacia la casa, y se echó de bruces en su cama. Ahogando los sollozos, se incorporó y miró a su muñeca. Tal vez proyectó toda su rabia y su frustración en aquel juguete. El hecho es que la tomó de una de sus manos, y comenzó a sacudirla violentamente, golpeándola contra las paredes y contra el piso. En determinado momento, la muñeca salió disparada hacia el otro lado de la habitación, y quedó en un rincón como lo que era: un juguete roto.
La niña observó su propia mano, y descubrió con aprehensión que se había quedado agarrada a dos pequeños dedos de plástico, por eso el resto de la muñeca se había desprendido, dada la fuerza de los sacudones. Los arrojó hacia el rincón donde había quedado su juguete, y salió corriendo hacia el patio. Allí estuvo durante casi dos horas, sumida en la contemplación de la nada. Cuando las lágrimas dejaron de fluir, y su corazoncito aquietó los golpeteos, retornó, cabizbaja, a su habitación.
Grande fue su sorpresa, cuando descubrió que su muñeca ya no estaba. Buscó por todo el cuarto, pero no la encontró. Tal vez su mamá la había visto allí, desmembrada, y la había llevado para arreglarla. Pero la madre no sabía nada. Ni siquiera se había percatado de que su hija ya no jugaba en la calle con sus amiguitas.
Durante los siguientes días, las búsquedas infructuosas fueron debilitando las esperanzas de la niña que, finalmente, se rindió a los hechos. En su pequeña cabecita no había lugar para los misterios, así que asumió que la muñeca se había marchado, ofendida por el maltrato, a buscar otra niña que la quisiera de verdad.
La vida de Ana María volvió a encerrarse en el patio trasero. Otra vez las incontables horas de mirar en el vacío. Otra vez la ausencia de sonrisas. Y otra vez los pájaros agoreros, como únicos confidentes de aquella pequeña alma trastornada.
Así pasaron dos años, hasta que la tristeza se agudizó de tal manera, que la niña se alimentaba muy poco, y casi no se movía. Entonces, el médico tomó la decisión: la llevarían a la ciudad, a un centro especializado, donde la rodearían de cuidados y tratarían de recuperarla. Como el caso había llamado la atención de otros médicos, fue fácil obtener la aprobación para internarla, a pesar de la pobreza en que vivían.
A los pocos días, era ingresada en un moderno hospital, e instalada en una luminosa habitación, que habían adornado con flores y globos.
El médico vino a visitarla, acompañado de una enfermera joven y bonita. La presentó, diciéndole:
— Ella será tu enfermera particular. Te acompañará, vigilará tu tratamiento, y jugará contigo cuando lo desees. ¿Te parece bien? ¿Estás contenta?
La niña, débil y asustada por aquellos cambios, asintió con la cabeza.
El médico se retiró, y cuando ambas quedaron solas, la joven acarició la cabecita de la niña, tratando de tranquilizarla.
— Ya verás que seremos buenas amigas. Sé que has sufrido mucho, pero yo te comprendo. Mi vida tampoco ha sido fácil. Fíjate, incluso, lo que llegaron a hacerme…
Y diciendo esto, le mostraba su mano, blanca y delicada, a la cual le faltaban dos dedos.
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martes, 4 de septiembre de 2012

Deslumbramiento


            Su vida era apacible. Un lugar cómodo para vivir, y la cercanía del agua, donde se procuraba con facilidad el alimento.

            Se deleitaba contemplando el cielo estrellado, por las noches, y el gozo era sublime cuando la luna aparecía, llena, espléndida, y bañaba todo con su luz plateada.

            También durante el día resultaba agradable vivir allí. Tenía un ambiente fresco y sombreado. Y al mediodía, cuando el sol alcanzaba su cenit, el espectáculo resultaba impresionante.

            Y esa belleza cegadora fue la desencadenante de la tragedia.

            El disco incandescente, que ese día parecía estar enviando toda su luz hacia aquel trozo de agua, le impidió prevenir el golpe, y éste resultó fatal.

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            El casero tiró de la cadena, que giró, cantarina, en la rondana. Cuando el balde asomó a la luz del brocal del aljibe, el hombre observó, con tristeza, el cuerpecito inerte de la ranita flotando en el agua. Lo lamentó, por la importancia que tenía para mantener el agua limpia de insectos.
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