La mujer era muy hermosa, y siempre tenía una sonrisa a flor de labios, por más que, quienes la miraban, tuvieran para ella un gesto de compasión. La causa era la silla de ruedas en que se movilizaba.
Ernesto la conoció mientras prestaba servicio voluntario en una institución de rehabilitación para minusválidos. De ella, emanaba una fuerza y una alegría que lo atraparon inmediatamente.
Comenzó a acompañarla diariamente, mientras ella realizaba los ejercicios, y poco a poco, fue creciendo la confianza y la amistad entre los dos.
Terminado ese año, él debió volver a su pueblo y a su trabajo habitual. Era un momento que estaba previsto, pero igual fue muy dolorosa la separación
La última tarde que pasaron juntos, ella le contó la causa de su invalidez. Vivían en un sitio apartado, junto a su madre, y ésta, una noche de tormenta, se había sentido muy mal. Las líneas telefónicas estaban cortadas, por lo que decidió salir hacia la carretera para buscar ayuda. La lluvia arreciaba y la visibilidad era mínima. Sólo recordaba los faros del automóvil, ya sobre ella, el tremendo golpe y el dolor intenso, que la dejó sin sentido.
Después, despertar en el hospital. Enterarse, primero, de la muerte de su madre, al no recibir ayuda, y luego, la noticia desgarradora de su propia condición.
Ernesto la escuchó, y en su corazón se fueron despertando un montón de sensaciones contradictorias.
Por un lado, la rebelión ante aquel hecho tremendamente injusto. Se comprometió a investigar todo lo que fuera posible para descubrir al culpable.
Por otro lado, el deseo, desde el fondo de su alma, de no conocer nunca la verdad. Venían a su mente las imágenes de aquel viaje en automóvil, en que lo sorprendió la noche y la tormenta, la poca visibilidad, la silueta borrosa en la ruta, el golpe, y la huída, sin mirar atrás...
Ufff.... estremecedor...No quisiera ser ninguno de los protagonistas..Buenísimo..!
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