Su vida era apacible. Un lugar cómodo para
vivir, y la cercanía del agua, donde se procuraba con facilidad el alimento.
Se
deleitaba contemplando el cielo estrellado, por las noches, y el gozo era
sublime cuando la luna aparecía, llena, espléndida, y bañaba todo con su luz
plateada.
También
durante el día resultaba agradable vivir allí. Tenía un ambiente fresco y
sombreado. Y al mediodía, cuando el sol alcanzaba su cenit, el espectáculo
resultaba impresionante.
Y
esa belleza cegadora fue la desencadenante de la tragedia.
El
disco incandescente, que ese día parecía estar enviando toda su luz hacia aquel
trozo de agua, le impidió prevenir el golpe, y éste resultó fatal.
*
* *
El
casero tiró de la cadena, que giró, cantarina, en la rondana. Cuando el balde
asomó a la luz del brocal del aljibe, el hombre observó, con tristeza, el
cuerpecito inerte de la ranita flotando en el agua. Lo lamentó, por la
importancia que tenía para mantener el agua limpia de insectos.
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Pero vivió taaan feliz!!! Mmmm qué precioso lugar para vivir!!! Un abrazo
ResponderBorrarQue lindo, Hugo. Poética vida la de esa ranita. Y mala suerte para ella (y conste que Nandi no tuvo nada que ver).
ResponderBorrarUn abrazo, amigo.
Hugo..." Alumbramiento "
ResponderBorrarMe has atrapado con tu relato...ademàs del agua limpia, pensemos en la pobre ranita, no poder salir màs de ese pozo
¡¡¡ muy bonito !!!
un beso
Hugo:
ResponderBorrarUn excelente relato.
A medida que se avanza en la lectura, el lector imagina un mundo perfecto, en clara armonía con la naturaleza -lo que es estrictamente cierto para la protagonista-, hasta que el desenlace deja descolocada su mente, ante lo profundo y restringido de esa vida.
Hará cuarenta años atrás, fuimos varias familias amigas de paseo, a un campo ubicado en Ranchos, Provincia de Buenos Aires.
A la tarde salimos a pescar ranas, a unos jagüeles que había en campos vecinos. Teníamos cañas de pescar, a las que les atábamos un trocito de carne cruda en el extremo, para que luego de que la rana lo comiera, pegásemos un tirón y la rana saliese despedida fuera del pozo. Luego, debíamos ser muy ágiles para atraparla, antes que de que se tirase de vuelta al agua.
Un gran abrazo.
Un mundo idílico, casi pastoril que, en un momento, ¡zas!, se viene abajo.
ResponderBorrarY el hombre, más que nada, preocupado por sus aguas y los insectos sin la rana.
Buen relato, Hugo.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Gracias a todos por alimentar el blog, y mantener mis ganas de seguir.
ResponderBorrarAmigo, siempre ocurrente, cada personaje es una sorpresa que nos regalas, ¡Bravo!.
ResponderBorrarTe dejo un efusivo abrazo.
Que bello relato mi amigo, da pena imaginarse el cuerpo inerte de la ranita que vivía idílicamente en el pozo. Te confieso que me conecté con la ternura.
ResponderBorrarUn abrazo!
Rafael
Las ranas son tan lindas que es una pena perezcan así, perdiendo la serenidad con que croan y la viveza de su mirada.
ResponderBorrarBesos
Qué dulzura de cuento, Hugo. Ahora dicen que la muerte, el ogro o el lobo feroz, no deben aparecer en los cuentos para niños. Yo albergo dudas al respecto, por tanto de este cuento tuyo diría que es un precioso cuento infantil.
ResponderBorrarSaludos.