La desnutrición,
la desidia, los malos tratos, afectan profundamente a las personas, y alteran
los procesos naturales. Ana María nació prematura. No se habían cumplido siete
meses de embarazo, cuando comenzaron las complicaciones, y su irrupción en el
mundo se adelantó a lo previsto.
La madre sufrió.
La niña sufrió. Los médicos se esforzaron al máximo. Finalmente, pudieron decir
que llevaría una vida bastante normal.
Durante esos
meses de cuidados e incertidumbre, el padre optó por desaparecer. La madre
guardó una temerosa esperanza de que retornara, hasta que la niña cumplió tres
años. Entonces, cerró la puerta del pasado. Ya bastante dolor tenía, en el día
a día de su vida gris y accidentada.
Ana María crecía
con dificultades, y su carácter se había tornado hosco y taciturno. Pasaba
largas horas sentada en el patio, mirando hacia la nada. No tenía amigos, y sus
juegos se limitaban a escribir con ramitas en el suelo, o conversar con los
pájaros. El caso es que las aves elegidas eran los cuervos, los halcones, las
lechuzas. Quienes la observaban en esos momentos se estremecían. La pobreza en
que vivían impidió que tuviera juguetes, salvo los que, toscamente, elaboraba
su madre.
Pero un día algo
cambió. Llegó a la humilde casa un misterioso paquete, sin rastros del
remitente, y con una sola inscripción: Ana María. Su madre, sobresaltada, dudó
mucho antes de abrirlo. Finalmente, encontraron dentro una muñeca. Era muy
hermosa, bastante grande, y con unos vestidos de colores que rápidamente
cautivaron a la niña. Su mamá y algunos vecinos conjeturaron sobre el origen
del regalo, pero viendo el entusiasmo de la pequeña, decidieron olvidarlo.
Los cambios
fueron inmediatos y sorprendentes: la muñeca pasó a ocupar todo el tiempo en
los juegos de Ana María. Comenzó a sonreír, y ya no hablaba con los lúgubres
pajarracos, sino que lo hacía animadamente con su nuevo juguete. Se la veía
activa, salía a caminar por los prados, e incluso la escucharon tarareando
algunas canciones. Algunas tardes, su mamá la sacaba al frente de la casa, y
allí compartía un rato de juegos con las otras niñas que vivían en la misma
calle. La transformación había resultado tan satisfactoria, que las visitas al
médico se espaciaron, y éste la encontraba cada vez mejor.
Uno de esos días,
en que la niña jugaba con sus amiguitas, y las mamás formaban una rueda aparte,
para contarse las novedades del barrio, una de las compañeritas comenzó a
burlarse de la pequeña Ana. Muchas veces, los niños resultan crueles con sus
bromas, al no ser conscientes del daño que pueden causar. Le recordó que no
tenía padre, que tal vez hubiera sido un delincuente, que ella era muy pobre
para jugar con una muñeca como esa… La niña rompió a llorar, y antes de que su
madre se diera cuenta, salió corriendo hacia la casa, y se echó de bruces en su
cama. Ahogando los sollozos, se incorporó y miró a su muñeca. Tal vez proyectó
toda su rabia y su frustración en aquel juguete. El hecho es que la tomó de una
de sus manos, y comenzó a sacudirla violentamente, golpeándola contra las
paredes y contra el piso. En determinado momento, la muñeca salió disparada
hacia el otro lado de la habitación, y quedó en un rincón como lo que era: un
juguete roto.
La niña observó
su propia mano, y descubrió con aprehensión que se había quedado agarrada a dos
pequeños dedos de plástico, por eso el resto de la muñeca se había desprendido,
dada la fuerza de los sacudones. Los arrojó hacia el rincón donde había quedado
su juguete, y salió corriendo hacia el patio. Allí estuvo durante casi dos
horas, sumida en la contemplación de la nada. Cuando las lágrimas dejaron de
fluir, y su corazoncito aquietó los golpeteos, retornó, cabizbaja, a su
habitación.
Grande fue su
sorpresa, cuando descubrió que su muñeca ya no estaba. Buscó por todo el
cuarto, pero no la encontró. Tal vez su mamá la había visto allí, desmembrada,
y la había llevado para arreglarla. Pero la madre no sabía nada. Ni siquiera se
había percatado de que su hija ya no jugaba en la calle con sus amiguitas.
Durante los
siguientes días, las búsquedas infructuosas fueron debilitando las esperanzas
de la niña que, finalmente, se rindió a los hechos. En su pequeña cabecita no
había lugar para los misterios, así que asumió que la muñeca se había marchado,
ofendida por el maltrato, a buscar otra niña que la quisiera de verdad.
La vida de Ana
María volvió a encerrarse en el patio trasero. Otra vez las incontables horas
de mirar en el vacío. Otra vez la ausencia de sonrisas. Y otra vez los pájaros
agoreros, como únicos confidentes de aquella pequeña alma trastornada.
Así pasaron dos
años, hasta que la tristeza se agudizó de tal manera, que la niña se alimentaba
muy poco, y casi no se movía. Entonces, el médico tomó la decisión: la
llevarían a la ciudad, a un centro especializado, donde la rodearían de cuidados
y tratarían de recuperarla. Como el caso había llamado la atención de otros
médicos, fue fácil obtener la aprobación para internarla, a pesar de la pobreza
en que vivían.
A los pocos días,
era ingresada en un moderno hospital, e instalada en una luminosa habitación,
que habían adornado con flores y globos.
El médico vino a
visitarla, acompañado de una enfermera joven y bonita. La presentó, diciéndole:
— Ella será tu
enfermera particular. Te acompañará, vigilará tu tratamiento, y jugará contigo
cuando lo desees. ¿Te parece bien? ¿Estás contenta?
La niña, débil y
asustada por aquellos cambios, asintió con la cabeza.
El médico se
retiró, y cuando ambas quedaron solas, la joven acarició la cabecita de la
niña, tratando de tranquilizarla.
— Ya verás que
seremos buenas amigas. Sé que has sufrido mucho, pero yo te comprendo. Mi vida
tampoco ha sido fácil. Fíjate, incluso, lo que llegaron a hacerme…
Y diciendo esto,
le mostraba su mano, blanca y delicada, a la cual le faltaban dos dedos.
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Fantástico relato, amigo. A veces dulce, a veces triste, con toquecitos felices, oscuros, con un ligero aroma mezcla de Dickens y Poe. Me gustó mucho.
ResponderBorrarBravo, Hugo!!
No entiendo demasiado, no soy un crítico literario pero la sorpresa final del relato lo hace maravilloso, mágico, encantador y más humano.
ResponderBorrarYo también te aplaudo, Hugo.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Hugo:
ResponderBorrarUna historia fantástica muy buena.
A lo largo de la lectura se crea un clima intimista y creíble. Eso es lo más notable de tu historia, pues se lee con placentera suavidad.
El remate está muy bueno también, pues nos deja con la esperanza de la recuperación total de la niña.
En dos palabras: me gustó.
Un gran abrazo.
Hugo te había comentado este cuento, pero ahora veo que no está. No se que ocurrió.
ResponderBorrarEsto es una obra impecable, supiste mostrarnos le dureza de una vida aciaga, pasaste a un momento de felicidad, para luego trocarlo en una frustración a la que volvió por un impulso externo.
Ese final donde nos pones a pensar si aquella muñeca era un premonición o esta mujer un reencarnación.
Excelente amigo.
Un abrazo.
Gracias, Arturo y Luis. Reconforta que el texto ofrezca tan variadas lecturas, y que ustedes dediquen tiempo para leerlo en profundidad. Un abrazo.
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