Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



jueves, 6 de junio de 2013

Crecer y soñar

La pequeña píldora se disolvió en su boca, llenando sus papilas gustativas con un sinfín de sabores que, a modo de destellos, fueron asociándose a las imágenes que guardaba en su cerebro. Así, se representaron en su mente, una a una, las diferentes comidas que había degustado a lo largo de su vida: la carne asada, jugosa y humeante; los vermicelli, cargados de salsa; los estofados, llenos de calorías, para los días fríos; las apetitosas ensaladas, propias del verano...

Cada día, a las horas fijadas para el almuerzo y la cena, disponía de tres minutos para optar por uno de aquellos platos. Un sensor telepático daría una señal al Centro Nutricional, y éste le proporcionaría, activando un mecanismo incluido en la píldora, las sensaciones y los nutrientes que correspondieran a la comida seleccionada.

Siempre utilizaba los tres minutos, aún a riesgo de quedarse sin alimento pues, pasado ese tiempo, se interpretaba que había decidido no comer. Le gustaba deleitarse con el menú, que le llenaba los sentidos, y como cada día era una secuencia distinta, le resultaba una experiencia renovada. Lo hacía como un “divertimento”, de los pocos que podía permitirse en la vida monótona de la Estación Espacial. Había llegado hacía nueve meses, y la distancia que lo separaba de la Tierra, era también la que lo alejaba de sus problemas, y del caos en que se había convertido su existencia.

Hizo un gesto de contrariedad. No quería recaer en esos pensamientos negativos. Estaba disfrutando de su almuerzo, y éste era un día muy especial: su cumpleaños, según le había recordado la bitácora, al inicio de la jornada.

Había escogido un plato de pasta rellena, tal como lo preparaba su abuela, cuando él todavía era un niño que soñaba con viajar a las estrellas. Cerró los ojos y saboreó cada una de las sensaciones, que le llegaban a través de aquellas complicadas conexiones. Se sintió saciado y, automáticamente, la máquina le presentó una lista de sus postres favoritos. No tuvo dudas. Su predilección por la torta de chocolate le acompañaría hasta el día de su muerte. El almuerzo culminaba con un té o un café, y luego el sistema se desconectaba, para que él volviera a sus tareas rutinarias.

Esperó un par de minutos, y no se produjo la desconexión. Estaba tan acostumbrado al proceso, que notó enseguida que algo había cambiado. En ese momento surgió, metálica e impersonal, una voz, desde la computadora:

— El Centro Nutricional le desea muchas felicidades en este día. Tenemos un obsequio para usted, que podrá escoger entre una serie que le presentaremos. Por favor, presione la tecla “numeral”, seguida de su número de identificación.

Así lo hizo y, desde el compartimiento de las píldoras nutricionales, emergió una pequeña bandeja, donde aparecía una media docena de... ¡bombones!

Quedó perplejo. Hacía mucho tiempo que no veía aquellos dulces, envueltos en su brillante papel.

De nuevo, se escuchó la voz:
— Cada artículo de la lista posee propiedades especiales, que se activan al comerlo. Sólo podrá escoger uno de ellos. En la pantalla podrá ver la descripción.

Observó el monitor, donde aparecía la lista con los detalles:

Objeto 1: Treinta minutos con su humorista favorito.
Objeto 2: Un paseo por las montañas. País a elegir.
Objeto 3: Un rato de pesca en una apacible laguna.
Objeto 4: Un breve retorno a la niñez. Puede escoger la edad.
Objeto 5: Media hora en un set de filmación, como protagonista.
Objeto 6: Una experiencia submarina.

— Como siempre, dispone de tres minutos para escoger. Tenga en cuenta que las sensaciones serán cien por ciento reales, así que... ¡cuidado con los golpes!

De verdad era un día especial... ¡la máquina, haciendo chistes! Pero no perdió el tiempo sonriendo. Sus ojos se habían quedado clavados en el cuarto bombón. Si era verdad lo que prometía, podría ser su mejor regalo en mucho tiempo.

No dejó correr los tres minutos. Su cerebro hizo la opción, pero luego se dio cuenta que debía estirar la mano y tomar la golosina, gesto que casi había olvidado.

Escuchó con deleite el crujir del papel, y lo sintió entre sus dedos, desenvolviéndose. Luego, el éxtasis, al percibir la textura y el sabor del chocolate, en su paladar.

Una luz, muy blanca, lo iluminó de pronto, encegueciéndolo. Cuando pudo adaptar sus ojos a la intensa claridad, se encontró en un lugar muy diferente al habitáculo que lo había contenido durante los últimos meses. Era una calle de tierra, con amplias veredas, pobladas de árboles. Las casas eran bajas y rodeadas de jardines. El sol se derramaba, cálido, sobre todas las cosas, y se escuchaba el canto de los pájaros.

Caminó, torpemente. Aquello era tan real... Eran los sitios por donde correteaba a los diez años. Allí estaba el añoso árbol que había trepado tantas veces, para imaginar sus aventuras intergalácticas. Y en la esquina, el almacén de don Policarpo, aquel italiano que ponía cara de hosco, pero que tenía un corazón enorme, lleno de amor por los niños. Se había prestado a sus fantasías, y había aprovisionado sus naves, desde los anaqueles poblados de golosinas.

Sus pasos lo dirigieron hacia un pequeño portón de hierro y, tras cruzarlo, caminó por el costado de la casa, hacia los fondos. Un pequeño perro saltaba, alegre, a su alrededor, y se escuchaba el cacareo de las gallinas. ¡Era una aventura salir a recoger los huevos! ¡Los ponían en cualquier parte!

Llegó a la puerta trasera, la que daba a la cocina. El aroma que salía de allí era incomparable. ¿Cómo había podido sustituirlo por la ilusión de las píldoras sintéticas? Se acercó a la mesada, donde su madre trajinaba, y ella se inclinó, para darle un beso en la frente.

— ¡Estaba por llamarte! Ve a lavarte las manos para almorzar, que se hace tarde para ir a la escuela. Mañana seguirás viajando a quién sabe qué mundos. ¡Ah, niño, niño! ¡Cuánta imaginación!


Y volvió a besarlo, en su carita sucia de chocolate, feliz de verlo crecer, jugar, soñar...
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(Este relato obtuvo el segundo puesto en el mes de Mayo, en el Foro literario "El Tintero")

7 comentarios:

  1. excelente
    luego uno se queda preguntando ¿qué realidad era cuál?
    si aquello siempre fue sólo un juego de niños
    o si el regalo fue tan vívido que parecía estar allí
    de todas maneras
    lo que el relato nos obliga a pensar es
    cuanto de maravilloso y sencillo
    hay en la cosas que aún tenemos a la mano
    y que un buen día pueden ser nada más que recuerdos de cosas que quién sabe qué daríamos por volverlas a tener

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    1. Gracias, es una exacta mirada de lo que quise trasmitir. Bienvenido.

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  2. La niñez es linda en la realidad y en la ficción. Creo que habría elegido el 4 también, por esa dosis de ternura Y magia tan propias de la niñez y tan necesarias.
    Felicitaciones, Hugo. Muy bien narrado,manteniendo la tensión narrativa hasta el final, con una prosa cuidada.
    Un gusto leerte.
    ¡Abrazo va!
    San Montelpare

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    1. Gracias, Sandra, qué bueno que, desde tus brevedades vengas a detenerte en un texto más largo. Tienes razón, creo que la ternura el el eje del relato.

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  3. Me alegro de haber venido, aunque hace un mes que lo colgaste ahora me viene al pelo eso de ¡más vale leer tarde que nunca!

    Qué maravilloso escrito Hugo. He disfrutado mucho de su lectura, pero también "sufrido", se ven tan reales y posibles esas pastillas que me han entrado unas ganas terribles de comer... ¡comida!, jeje.
    Me gusta ese final, pues me has dejado con la ilusión de creer que el niño lo haya imaginado todo.
    Rosy

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  4. Hola de nuevo, no había leído lo de ese premio en el Tintero, no me extraña, ¡ ya decía yo que era TAN bueno... !

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    1. Gracias, Rosy, por tu visita y tu amable comentario, aunque demasiado generoso. ¡Saludos!

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