El anciano apoyó todo el peso de su nostalgia en el bastón que manejaba con su mano derecha. Estaba parado en la esquina que lo había visto nacer. Volvía a su pueblo, después de cincuenta años de ausencia.
Su mirada buscaba y rebuscaba en su memoria, pero las imágenes allí guardadas no se correspondían con lo que tenía adelante.
La plaza... ¡La querida plaza! Aquellas casas, algunas de dos y tres plantas, que se levantaban frente a él, parecían traslucirse, para dejarle ver el espacio que había sido campo abierto para sus juegos.
Cuántas tardes memorables (las siestas de los mayores), compartidas bajo los árboles, correteando por los caminos empedrados... La curiosidad y el asombro de aquel día en que se colocó el monumento, en el centro. Los primeros faroles, y la fuente...
Luego, en su adolescencia, contó con la complicidad de la pérgola y de aquellos bancos semi-iluminados, que acunaban amores precoces. Algunos, pasajeros, y otros, como el suyo con Eloísa, prácticamente eternos.
El recuerdo de su amada lo estremeció y su mano izquierda subió, temblorosa, desde el bolsillo del saco hasta sus ojos, para recoger un par de lágrimas involuntarias.
Pero no llegaba a convencerse. Nunca había renegado del progreso, pero...destruir aquella plaza tan bonita, para ocuparla con viviendas y comercios, le parecía demasiado.
Los recuerdos ataron un angustioso nudo en su pecho y, cabizbajo, se dispuso a esperar a su hija, que había entrado en la panadería, al otro lado de la calle.
La mujer se acercó, le tomó el brazo con ternura y se dispusieron a caminar hacia la casa. Ella notó que algo no estaba bien.
— ¿Qué pasa, papá? ¿Estás bien?
— Sí, hija. Es que...me parece mentira. Todas estas casas, los comercios... ¡Ocupando el lugar de mi querida plaza! ¿En nombre de qué, han hecho tal barbaridad? ¿Recuerdas todo lo que te he contado de mis años mozos? Entonces, sabes que esa plaza era entrañable. Y no sólo para mí. Lo ha sido también para muchos de mi generación.
— ¡Ay, papá! ¡Claro que recuerdo todo eso! Pero... ¡No te preocupes! Hace mucho que no venías al pueblo, y tu memoria ya no es la de antes. Tu plaza, tan querida, está dos cuadras más abajo. ¡Y está igualita! ¡Vamos a verla!