Ella lucía su pelo atado en dos coletas.
Él llevaba el traje con afectación.
Ella regalaba sonrisas por doquier.
Él caminaba erguido, ajustando su corbata.
Ella saltaba los charcos.
Él buscaba dónde pisar seguro.
Ella lo miraba con ternura.
Él la miraba lleno de orgullo.
Caminaron
de la mano hasta la plaza.
Eligieron
un banco, y se sentaron en silencio.
El vaivén
de los columpios fue la música de fondo.
Él se puso serio, y buscó las palabras adecuadas.
Ella lo miraba, expectante.
Él hizo todo lo posible por disimular.
Ella lo tomó de las manos, casi suplicante.
Él habló, finalmente:
— Tú ganas. Después que juegues con tus amiguitas, te
llevaré a tomar un helado.
Ella se colgó, feliz, del cuello de su abuelo.
¡Que dulce Hugo! ¿que se puede decir, de nuestras nietas?
ResponderBorrarMe emocionaste.
Un abrazo de abuelo amigo.
Lindo!!!
ResponderBorrarDespués de leerlo, y no empezando aún a ser padre, ya quiere uno ser abuelo.
Un abrazo, Hugo.
Hugo:
ResponderBorrarExcelente clima, la ambigüedad del relato da pie a un remate tan hermoso.
Sencillo y bonito, como un paseo de esas características.
Un abrazo.