Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



lunes, 9 de enero de 2012

Elegancia

Ella camina con una gracia inigualable. Ellas y ellos giran sus cabezas y la siguen con la mirada. Su falda baila al ritmo del viento y su pelo, suelto, va dejando a su paso bocas entreabiertas y corazones apretados.

            Llega hasta el borde de la avenida principal, en el momento de mayor tránsito. Sabe que, cuando pise la cebra, ésta se transformará en una glamorosa pasarela, donde su contoneo brillará como el sol y surgirán, por doquier, silbidos y bocinazos de admiración.

            Entonces, inicia el cruce, adelantando la barbilla y abanicando sus largas pestañas. Piensa que va pisando las teclas de un piano, y el ruido de su taconeo se entremezcla con la música que le regala su imaginación.

            Como instrumentos que se agregan, uno a uno, a la orquesta, va escuchando las consabidas bocinas, los silbidos, los elogios. La rutina que la espera en la oficina parece, en ese momento, tan lejana, que su ser se inunda de paz y alegría.

            De pronto, un sonido distorsionante la distrae y la arranca bruscamente de su ensueño. Sus párpados se alzan y sus ojos, inquisidores, van mirando alrededor, pero no alcanzan a detectar cuál fue la causa de la interrupción.

            Desdeñosa, se dispone a continuar. Pero ya no es lo mismo. Tan sólo logra imaginar, por un instante, que los papeles que lleva bajo el brazo son palomas blancas que llenan el aire de vida y movimiento. Pero la imagen es muy breve. Se ha roto la magia que diariamente la transporta de un lado al otro de la calle, apartándola del agobio y la monotonía.

            Se siente fastidiada y apresura sus pasos. No suena la música del piano y, en su enojo, ni siquiera escucha los silbidos y los bocinazos. Pero quiere saber. Llega a la vereda de enfrente, y se da media vuelta. Sus ojos son dos líneas flameantes, indignadas, y buscan con irritación al culpable.

            Entonces, el estupor le abre los ojos, grandes y redondos.

            A mitad de la calzada, sobre la cebra, la parte delantera de un automóvil oculta, a medias, bajo sus ruedas, el cuerpo desmadejado de una mujer que, minutos antes, caminaba con una gracia inigualable, haciendo bailar su falda al ritmo del viento y despertando la admiración de todos.

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