Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



domingo, 22 de enero de 2012

Impotencia

            El ruido de las sirenas era ensordecedor, y las ambulancias pasaban velozmente hacia el lugar adónde había caído el avión. Las llamas se iban extendiendo y se escuchaban pequeñas explosiones por doquier. Todo era un caos, lleno de humo y gritos, personas corriendo en todas direcciones, órdenes y contraórdenes. Los bomberos descendían de los camiones y desplegaban sus mangueras, atacando el fuego, para evitar que se extendiera hacia las partes del fuselaje que aún se veían sanas.

            Sintió que la adrenalina le corría por las venas y sus músculos se tensaron, preparados para lo que venía. Trató de que sus ojos abarcaran toda la escena, para prevenir cualquier cosa que pudiera sorprenderlo. Pero, como muchas veces pasa, algo había quedado fuera de control. Se produjo una violentísima explosión, que agregó más caos, destrucción y muerte. Pero lo insólito fue que no aconteció en el avión siniestrado, donde estaba centrada toda la atención, sino en otro avión, más grande que el primero, que se hallaba a unos cien metros de distancia, a punto de despegar.

            Tras los primeros momentos de confusión, la certeza de una acción terrorista a gran escala fue ganando todos los razonamientos.

            Su corazón latía con una fuerza incontenible, tenía las manos húmedas y los ojos desorbitados. De pronto, observó como, desde un tercer avión, alguien huía rápidamente. La desesperación se apoderó de él. ¡Quería alertar a los demás! Veía venir otro tremendo golpe de locura y muerte, pero todos estaban pendientes de las dos primeras explosiones.

            Agitó los brazos y gritó con todas sus fuerzas, mientras la imagen del tercer avión se iba agrandando ante sus ojos, como si fuera a explotar en su propia cara.

            Nadie se percataba de lo que estaba pasando, y en medio de aquella escena dantesca, sus gritos no eran escuchados.

            Entonces la vio. Era una pequeña niña, de unos cuatro años, que corría por la pista, abrazada a su muñeca. Había escapado ilesa del segundo avión, y ahora se dirigía... ¡Directamente hacia el tercero!

            Fue demasiado para él. Los nervios y la impotencia lo vencieron y cayó, inconsciente.

                                               ***************

            Se despertó, aturdido, y escuchó, primero, la sirena de la ambulancia. Después vio el rostro de una mujer, vestida de blanco, que se inclinaba sobre él.

            — ¡La niña! ¡La niña! ¡Toda esa gente! ¡Por favor, hagan algo!

            Ella puso una mano, suavemente, sobre su pecho, tratando de evitar que se incorporara.

            — Tranquilo, señor. Recuéstese y trate de no hablar, lo llevamos hacia el hospital, por precaución. Pero debería tener en cuenta, si es tan susceptible, de no concurrir al cine, cuando dan esa clase de películas.

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