Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



sábado, 18 de febrero de 2012

Practicidad

            El despertador sonó, como todos los días, a las 7 en punto. Metódicamente, se dio una ducha rápida y se afeitó. Desayunó un café con una tostada, mientras miraba distraído las noticias en la televisión. Ya tendría, más tarde, que enfrentarse a los diarios del día y a la vorágine de información que le llegaría por Internet.

            Se puso una camisa blanca. Estaba impecable. Ella era muy prolija con esas cosas, y su ropa estaba siempre limpia y bien planchada. Se ajustó la corbata y se puso el saco azul marino. Si. Era miércoles, y como lo tenía planificado, los días miércoles correspondía ese color. La corbata también guardaba una relación, día miércoles, primera semana, un color; día martes, segunda semana, otro color, y así sucesivamente, para cada día y para cada semana.

            Se miró al espejo, y echó hacia atrás el mechón de cabellos que le caía, rebelde, sobre la frente. Pasó la mano por el saco, a la altura del hombro izquierdo, para quitar una pelusa. Tuvo que repetir el gesto, porque la pequeña manchita blanca no se quitó. Ya con algo de fastidio, volvió a pasar, esta vez con más fuerza, la mano por la tela, pero sin resultado. Su manía por la pulcritud apareció en toda su intensidad. Para colmo, la posición en que tenía el brazo izquierdo le dejaba frente a los ojos el reloj pulsera, y pudo ver que le quedaban pocos minutos para llegar en hora a la oficina.

            Para él, la situación era toda una contrariedad. La mancha, (ahora tenía claro que era una mancha y no una pelusa) estaba en un lugar muy visible. Y él, en su nerviosismo, la percibía cada vez más evidente. Incluso llegó a pensar que pudiera ser un agujero y no una mancha, dado que por debajo brillaba la camisa blanca. Por eso se acercó muchísimo al espejo, hasta despejar esa duda. Pero no. Era, claramente, una pequeña mancha blanca. La mancha, pequeña, pero la preocupación, enorme. Buscó en la gaveta del baño. Su esposa debía tener, por allí, el quitamanchas. Encontró un spray, y roció con él la zona afectada. Esperó unos segundos, y refregó la mancha con un pañuelo húmedo.

            Con los ojos desorbitados, observó como, alrededor de la manchita, la tela se iba decolorando, hasta quedar un círculo blanco del tamaño de su mano.

            No lo podía creer... ¿Se habría equivocado al tomar el spray? Le parecía haber leído que decía “Quitamanchas” en la etiqueta. Tomó el pequeño tubo, y volvió a leer. Azorado, vio que, en un pequeño recuadro, decía: “No utilizar en casimir”. ¡Dios! ¿Por qué no lo vio antes? Definitivamente, había arruinado el saco. Y el reloj, que se le aparecía como un enorme disco frente a los ojos, le decía que también había arruinado su intachable puntualidad. ¿Cómo se justificaría, ahora, frente a su jefe? Nunca había mentido, porque nunca había tenido necesidad de hacerlo, pero ahora, ¿qué diría?

            No había querido despertar a su esposa. Ella se había quedado hasta tarde, en la computadora, trabajando en su próxima novela. Sí. Era una escritora que estaba adquiriendo renombre. Él estaba orgulloso de ella. Pero, ¿Qué pensaría ella de él, si la despertaba por esta ridiculez? No sabía qué hacer. La sensación de impotencia fue tan fuerte, que se sentó en el sofá, y se tomó la cabeza entre las manos, mesándose los cabellos. No le quedaba otra salida. Su esposa siempre tenía la palabra justa. Para todo, encontraba una solución.

            Se decidió, entonces, y con el rostro desencajado se dirigió al dormitorio. La tocó suavemente, en la espalda, para no sobresaltarla, y con voz baja y temblorosa le explicó la situación.

            En los ojos de ella se dibujó, primero, la sorpresa. Luego, la comprensión, y finalmente, con un dejo de suficiencia, de quién se sabe dueño de la solución, le dijo:

            — Querido, tienes cinco trajes iguales a ese. Puedes tomar otro saco, y listo.

8 comentarios:

  1. Mujer, ¡bendito tesoro! Y ahora yo te pregunto: ¿hay tintes biográficos en tu relato?, espero que no (risas). Buen relato, Jesús; yo me preguntaba ¿qué diablos hará este hombre al final con la manchita?
    Por cierto, ¿"saco" es chaqueta?, ¿americana?...

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  2. ¿Maniatico compulsivo? Es lo que me ha dado a entender al principio pero esa vendita mujer le ha solucionado el gran problema en segundos. ¡Que angustia con la manchita!XD

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  3. Gracias a ambos por pasar por aquí... Y sí, Fernando, me olvido de mis lectores europeos, je je. pero tenemos siempre a mano el diccionario de la RAE, a mi me toca usarlo cuando tú escribes...

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  4. Primero de todo: ¡qué bueno el texto¡ me ha encantado!!!!!
    Segundo, imponente la referencia al diccionario de la RAE al cuentista, jajaja...
    Saludos muy cordiales de una camarada de la guarida!!!!

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    1. Gracias! Que también aquí encuentren una guarida acogedora...Y sí, responderle al cuentista resulta un buen ejercicio de esgrima...

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  5. Muy bueno el relato, pero...
    Pone en evidencia a los maridos dependientes, e inútiles.
    Nosotros pensamos, ¿o no?

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