Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



viernes, 20 de enero de 2012

El Emperador


            Hubiera querido dar un fuerte puñetazo sobre la mesa, pero allí no había ninguna mesa.

            Las noticias le llegaban de todas partes y, prácticamente, al unísono. Por un momento, todas las voces se unieron en un único zumbido, que parecía crecer en el centro de su cabeza.

            Pero él era el Emperador. No podía dejarse aturdir. Se apretó las sienes, con ambas manos, y cerró los ojos, mientras se llenaba de aire los pulmones.

            Las novedades eran catastróficas. Sus ejércitos en el norte estaban siendo vapuleados. Había una amenaza de rebelión por parte de varios pueblos, sometidos, que estaban al límite de sus fuerzas, debido a los enormes impuestos que él les exigía. En el centro del Imperio, un rebrote de la peste había diezmado algunas de las ciudades más importantes. Y la sequía había disminuido la capacidad de producción de sus campos agrícolas, de los que dependía la alimentación de sus súbditos. Para colmo, uno de sus ministros lo había traicionado, y tenía que cuidarse hasta de su propia sombra.

            Se había recluido en su cámara, una habitación desprovista de ornamentos y pintada totalmente de blanco, donde el único mueble era su trono. Allí podía pensar con claridad, sin distracciones y, de hecho, allí había tomado sus decisiones más trascendentes.

            Ahora, este cúmulo de malas noticias parecía superar su capacidad de gobernante. Dejó que su mirada se perdiera en el intenso blanco de la pared que tenía enfrente. Tenía que encontrar las respuestas para cada situación, y tenía que hacerlo rápido. Su poder y su prestigio estaban en juego.

            Escuchó un rumor de pasos y giró su cabeza hacia la puerta. Era la hora acostumbrada en que el copero principal del palacio le acercaba su bebida predilecta.

            El hombre entró, temeroso y sin decir una palabra. Dejó la copa en sus manos y se retiró unos metros. El oro macizo del vaso estaba tan pulido, que podía verse reflejado en toda la superficie.

            Bebió a sorbos lentos, haciendo girar la copa entre sus manos, pensativo. Luego hizo un gesto al copero, que se acercó solícitamente a recibir la copa vacía, y se retiró rápidamente de la cámara.

            Cuando quedó nuevamente solo, elevó sus pensamientos hacia las épocas de mayor gloria y esplendor. El recuerdo de sus triunfos alivió un poco la angustia de los problemas, que pretendían agobiarlo. Sin darse cuenta, con una leve sonrisa en su rostro, se fue quedando dormido.

            Tras unos minutos, volvió a abrirse la puerta. Silenciosamente, entró nuevamente el copero, esta vez, acompañado de una mujer. Entre los dos, lo tomaron con suavidad y lo sacaron de la habitación.

            Afuera, el día declinaba. Los pájaros alborotaban, buscando las ramas donde pernoctarían, y todo se iba acomodando para el descanso.

            Tras el último vaho rojizo que el sol pintó en el horizonte, la noche cayó, apaciblemente, sobre el hospital psiquiátrico.

2 comentarios:

  1. Me provocó tristeza esa locura,ese delirio. Al final, el poder, trae eso: traiciones, desconfianza, locura, muerte...

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