Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



sábado, 31 de marzo de 2012

Rumbo a la noche


Has subido al autobús, con el corazón palpitante y las palmas de tus manos húmedas, por los nervios. Tu bolso va liviano. Llevas poco, a más de la prisa y la decisión.

Los edificios de la gran ciudad, que tanto te asfixian, ahora pasan veloces, hacia atrás, y se van quedando allá, en el lugar donde juntaste coraje para iniciar el camino.

También se quedan allí, atrás, la sorpresa de tu novio mañana, cuando lea tu carta, escrita en el último minuto, y la melancolía de Marzio, tu gato fiel, que ha entibiado tus manos durante las eternas madrugadas insomnes.

Y quedan, también, tus pequeñas amadas posesiones: la colección de muñecas de tela, que te acompaña desde la adolescencia y la media docena de bonsái, que has tenido la paciencia de cultivar, en ese claustro de treinta metros cuadrados, que se asoma a un décimo piso, y desde el cual puedes contemplar la deprimente faz de otro edificio, más alto y más gris.

Ahora, miras hacia delante. Ves el paisaje, monótono e interminable, y las líneas, blancas y amarillas de la ruta, que se pierden abúlicamente bajo la marcha cansina del vehículo. Será un viaje largo, pero sabes que será un viaje de vuelta: el de ida, lo has hecho tú, viviendo, malviviendo, desde el día en que naciste.

Porque hacia allí te diriges: hacia ese día en que la luz te dolió en los ojos por primera vez. Ese día en que pudiste ver los rostros de quienes, después, serían la razón de tus tormentos.

Las sesiones de hipnosis, a las que concurriste con tanto miedo e ilusión, te permitieron sentir, claramente, el rechazo que generaste en aquellos que debían amarte. Las penurias que siguieron, día tras día, las recuerdas con sólo cerrar los ojos, aunque desearías no hacerlo. Cada imagen que viene de tu pasado, es un fino puñal que abre una nueva herida, destinada a no cerrarse.

No fuiste niña. Nunca te lo permitieron. Debías pagar la culpa de haber nacido y la pagaste con encierro, oscuridad y golpes. Nada de juegos, ni escuela, ni cariño. Sólo odio, sordo e intenso: irracional. Pero un odio que no se atrevió a matarte en el vientre, y que nunca dio el golpe definitivo contra las descascaradas paredes de la miserable casa.

Había, sembrada en ti, una luz inextinguible. Una extraña fortaleza te mantuvo aferrada a los atisbos de vida que te llegaban a través del ventanuco de la pieza. En las casuchas vecinas había niños, perros, risas... Historias que podían catalogarse como normales, aunque hundidas, también, en la miseria.

El autobús se detiene, en medio de la nada, para levantar un pasajero. Eso te distrae y te evades de la tristeza de los recuerdos. Buscas un pañuelo, y recoges con cuidado esas lágrimas, que sientes como perlas.

Observas el entorno. Todo lo que ves es desconocido para ti. Sólo pasaste una vez por ese camino, hace muchos años, y venís huyendo. No tienes imágenes de aquel trayecto, porque en tu mente sólo habían dos cosas: el dolor que dejabas atrás, y la pequeñísima luz de esperanza que adivinabas delante. Tenías diez años, pero habías vivido un siglo.

La familia que te encontró, desmayada a un costado del camino, te salvó la vida. Pero luego, tuvo que darte una vida nueva. Aterrada, desnutrida, analfabeta...tenías miedo hasta de las caricias, porque no las conocías.

Ellos fueron tus ángeles, y decidieron ser tus padres, aunque ya eran ancianos. Doce años junto a ellos redescubrieron en ti al ser humano, aunque las huellas del horror no se han borrado todas, prueba de ello es este viaje.

Los ancianos se amaban entrañablemente, así que cuando uno de ellos murió, el otro no tardó en seguirlo. Pero ya habían hecho su obra, y esas partidas no fueron traumáticas para ti.

Te has hecho más fuerte. Has recibido una excelente educación y has conocido muchas personas. Eres una mujer independiente, vives con austeridad y valoras cada logro, porque sabes lo que es ser nadie. Porque has sobrevivido a un infierno.

En el horizonte, algunos tonos violáceos anuncian el atardecer. Sabes que el autobús llegará a destino apenas entrada la noche. Te pones algo tensa, esto es el presente, y estás llegando al lugar del comienzo.

De nuevo surgen, desordenadas, las imágenes lacerantes. El útero que te trajo al mundo, tampoco sucumbió a los embates del odio. Por otras dos veces volcó su contenido en aquel ambiente de promiscuidad e ignorancia. Y dos pares de ojos brillantes iluminaron tus días, ayudándote a no desfallecer. Sabes que fuiste, para ellos, la única calidez en medio de aquel frío de muerte.

Hoy de madrugada, muy temprano, te han llamado. Ellos, que sobrevivieron dentro del infierno, te buscaron. Y ahora, cuando te bajas del autobús, intentas reconstruir sus rostros, pero sólo aparecen sombras.

Los que sí aparecen, nítidos, son los ojos furiosos de tu “padre”, antes de cada golpiza. Él, -te han dicho- murió hace siete años, en medio de una orgía de alcohol y de cuchillos. No te inmutaste al escucharlo. Sabías que así terminaría.

Caminas, ya por lugares conocidos. Quince años no han borrado la miseria de aquel barrio, tal vez la han agudizado. Aunque es de noche, y las luces son muy pocas, todavía puedes orientarte por aquellas callejuelas. Tus zapatos –ahora llevas zapatos- se hunden en el barro y te cuesta avanzar, como si una extraña fuerza tratara de impedir que, finalmente, llegues a tu destino.

Ahora sí. Es allí. Hay un poco más de luz. Un farol y algunas velas alumbran, fantasmagóricamente, las mismas paredes destartaladas donde sufriste tus encierros. La cortina que hace las veces de puerta está recogida sobre las chapas del techo y, nada más entrar, te das de lleno contra el fin de tus búsquedas.

Unas pocas siluetas, de pelo enmarañado, rodean una caja, hecha de tablas mal clavadas. Y tú quisieras echarte dentro, para volver a entrar en ese vientre inanimado, y perderte por ese útero que ya no palpita, hacia el oscuro mundo del que nunca debiste haber salido.

4 comentarios:

  1. Hugo, esta ves transpusiste los límites, esto es muy fuerte, supera a todo lo publicado con anterioridad.
    Amigo me descubro ante ti. Felicitaciones.

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  2. Gracias, colega, aunque sabes que exageras. Gracias por el seguimiento.

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  3. Formidable, Hugo, realmente bueno. Una historia tan dramática... que has contado con muy buen gusto. Mis felicitaciones. Me gustó, de verdad. Un abrazo, poeta.

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  4. Gracias, Fernando. Tu opinión siempre me importa y me halaga. La vida, lamentablemente, tiene esas aristas dramáticas.

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